domingo, 31 de agosto de 2014

Kanyakumari: la última punta en el Sur


La puerta de la habitación del hotel se estremeció a golpes mientras un hombre al otro lado gritaba: ¡ti, ti, ti! (té en inglés).   Al mismo tiempo, los pasillos del hotel se llenaban de pasos y voces, como si fueran las once de la mañana, pero no eran, el sol apenas se asomaba.  Eran poco menos de las 6 de la mañana, estábamos en Kanyakumari, al máximo extremo sur de India.  Yo ya estaba despierta y lista para presenciar uno de los momentos que más había esperado del viaje por Tamil Nadu: el amanecer en Kanyakumari.

Esta punta es el Finisterre de India, es el final del subcontinente, aquí se juntan las aguas del Mar Arábigo, el Océano Índico y la Bahía de Bengala.  Por su ubicación geográfica se puede admirar al sol saliendo durante el amanecer y ocultándose en el atardecer.  De hecho, todos los huéspedes nos levantamos tan temprano para poder presenciar el amanecer en este pedazo mágico de la tierra; el golpe en la puerta ofreciéndonos té, es el “waking call” (llamada despertador), por así decirlo,  de 'lujo' que ofrecía nuestro hotel.

Caminar tan de mañana en medio del pueblo hasta llegar al malecón para ver el amanecer fue para mí la máxima experiencia de este lugar.  Éramos pocos los extranjeros, la mayoría de los que estaban allí eran visitantes indios, venían de distintas partes del país para recibir la bendición de Devi KanyaKumari (diosa que se cree elimina la rigidez de nuestras mentes), pero también para bañarse en las aguas de esta playa, que según la tradición son sagradas.
Cruzando el pueblo para llegar al malecón a ver el amanecer.

Todos quieren tomarse la foto con el sol, aquella típica imagen en que parece que se puede sostener el sol entre las manos.  Pero ese día las nubes querían el protagonismo, así que el sol apenas si asomó algunos rayos.  Aun así, los fotógrafos que estaban por allí ofrecían rápidamente la solución ante la ausencia de la bola de fuego,  un servicio en que harían el montaje en pocos minutos en algún computador.  Y no es broma, tuvieron mucha demanda.


Foto sosteniendo el sol. Como no había sol, el fotógrafo editaría el sol en su laboratorio.


Y así fue como a las 6 de la mañana, tuvimos un poco de ese realismo mágico de India.  Poco a poco nos fuimos fundiendo con los indios, bueno, yo la tuve más fácil que Seba, así que me fui a tomar fotos en medio de la gente, como si fuera una más.  Habían cientos, quizás miles de personas cuando sucedió,  aun no sé cómo, era algo imposible pero me encontré al amigo Sadhu y me reconoció. Un Sadhu es un tipo de monje hindú que sigue el camino de la penitencia y la austeridad para obtener la iluminación, se supone que deben renunciar a todos los vínculos que los unen a lo terrenal y la mayoría del tiempo lo dedican a la meditación, de hecho, ese día había estado meditando desde las 3 a.m.

El Sadhu que nos acompañó durante esta parte del viaje.
Celebramos el encuentro y nos sentamos con el Sadhu en el malecón.  Al Sadhu lo habíamos conocido en el mortificante viaje en autobús de Madurai hasta Kanyakumari, estuvo muy pendiente de nosotros, dando indicaciones y vigilando que no nos perdiéramos durante el viaje.  En alguna conexión de buses lo perdimos de vista, pero al parecer teníamos el mismo destino trazado.  Sentados los tres, con el mar al frente, seguimos paso a paso lo que iba sucediendo, familias y grupos de jóvenes pasaban con sus trajes tradicionales, algunos aprovecharon para tomarse fotos con el Sadhu o con Seba, o con los dos, que ya era lo máximo para los locales.  Hasta que con el avance de la mañana la gente se fue dispersando y por ahí de las 10 a.m. ese día se convirtió en uno como cualquier otro.

Nosotros nos fuimos a desayunar.   Luego regresamos a la playa para ir en la lancha al Memorial de Vivekananda.  Mientras se baja del pueblo al muelle, se puede ver en medio del mar la estatua de uno de los más importantes poetas y filósofos de Tamil Nadu: Thiruvalluvar.  Mide cuarenta metros y está justo al lado del Memorial. 
La estatua de 40 mts.de Thiruvalluvar y atrás el Monumento a Vivekananda.

El encuentro de las aguas provenientes de tres mares distintos produce corrientes muy fuertes.  No se observan tanto como se sienten cuando se va o regresa en la lancha del Memorial. Es un paseo de más o menos quinientos metros desde la costa, hay que hacer una fila de un par de horas o pagar un poco más por el pase rápido. Pero la fila es lo de menos, el vaivén que provoca el encuentro de aguas en la lancha hacen que el chaleco salvavidas que obligan a colocarse sea un consuelo en algunos momentos cúspides del meneón.

Ya en el Memorial, que es como una pequeña isla, el viento golpea y libera del calor.  Sobretodo abunda la tranquilidad a pesar de la cantidad de visitantes, encontrar una esquina para practicar la contemplación no fue difícil. En una roca en medio del mar se construyó este Memorial, se supone que el maestro espiritual Vivekananda meditó durante dos días seguidos allí antes de iniciar con su propósito de expandir por primera vez sus conocimientos en occidente. 

De regreso a tierra firme nos encontramos con el tercer personaje importante de Kanyakumari.  El primero fuel el Sadhu, el segundo es una ella en realidad, la conocimos el día anterior, se llama Gita.  Me hizo comprarle unos clips para el cabello y una pulsera para finalmente escribirle una nota en un cuaderno en el que tenía saludos de turistas que habían pasado por ahí.  Además nos mostró las postales que recibe de sus amigos en el mundo.   Pero el tercero y el último que nos ofreció el Sur más Sur de India fue un espectáculo.


Gita vendiendo de todo, me regaló esta espiral.

A este nos lo encontramos en el Memorial de Gandhi, un edificio con algunas fotografías que resumen su biografía.  Entramos a un sitio en principio vacío, cuando de repente nos embiste, casi literalmente, el guarda del lugar.  Entonces empezó a hablar a una velocidad imposible de detener sobre Gandhi.  Quisimos interrumpirlo y aclarar que no le íbamos a pagar por el tour, que no hacía falta.  Pero hizo caso omiso de cualquier gesto de nuestra parte, me quitó mi cámara pues él mismo se encargaría de tomar las fotos que él consideraba necesarias.  Hubo algunos segundos de irritación de nuestra parte, hasta que no hubo más remedio que ‘seguirle la corriente’.  Nos contó, aparte de todos los detalles sobre Gandhi, cómo ese edificio había quedado sumergido durante el tsunami del 2004.  De hecho se veían algunas marcas de la corrosión que ocasionó el agua de mar.  Luego de una media hora con este señor, nos dejó en libertad para volvernos a perder en las callejuelas llenas de vendedores ambulantes.

Esa noche partiríamos hacia Kodaikanal, un pueblo en las montañas, ése sería nuestro penúltimo destino en Tamil Nadu.  Pero yo ya con lo que había visto ese día me daba por satisfecha.  India me había regalado uno de los momentos más completos del viaje.  Y no porque físicamente Kanyakumari sea bonito, más bien creo que es poco atractivo, pero la vida que tiene, más bien la vida que le inyecta la gente, eso, eso es realmente incomparable con cualquier otro momento del viaje. 


viernes, 22 de agosto de 2014

Syed en el Mercado Devaraja de Mysore, India

Hace unos meses me encontré con Syed en una de las tiendas de esencias e inciensos del mercado de Mysore. 
Es un personaje, tiene libretas firmadas por viajeros de todo el mundo, habla un poco de español y hasta algunas palabras me dijo en catalán.
Si pasan por ahí, caminen por el pasillo de la entrada principal, del lado derecho no se perderán de verlo.





jueves, 21 de agosto de 2014

Madurai: mejor 'entregarse'

Movernos de Trichy a Madurai nos otorgó un episodio para aprender de paciencia, tolerancia y sobretodo a no luchar contra aquello que no podés cambiar, o sea de ‘entrega’. Esto me lo repetía como un mantra en el viaje en tren, fueron tres horas al parecer interminables.  En principio habíamos pensado en irnos en bus, pero nos enteramos de que el tren entre cada ciudad es frecuente, así que, queriendo evitar un poco el drama musical y escandaloso que significa un bus en India, nos decidimos por el tren. 

Las primeras señales de que no sería un buen viaje las dio la espera del tren.   Pasaron unas dos horas desde la hora indicada, pero eso es normal en este país.   Una vez que llegó el tren, tuvimos que subir en un vagón de los de asientos sin numerar, pues ese era el tiquete que teníamos.  Quizás el vagón era para 50 personas y fácilmente íbamos 150.  Al principio  del viaje estuve en un pasillo de unos 2 metros de ancho por medio metro, con otros 30 pasajeros.  No podía respirar, aquí viene la metáfora de ‘lata de sardinas’, eso es lo que pasaba. Al cabo de una hora, en uno de los asientos se liberaron unos 10 cm de espacio, así que me invitaron a sentarme.

Cuando ya estaba cómoda en mis 10 cm de asiento, decidí que había que ‘entregarse’, no había nada que pudiera hacer para cambiar mi situación, así que aproveché el paisaje.  El vagón estaba dividido en cabinas sin puertas, cada cabina tenía una banca enfrente de la otra.  Arriba un maletero.  Al lado de la cabina dos asientos individuales uno al frente del otro.   Las bancas de cada cabina me parece podían ser para tres o cuatro personas, pero se aprovechaba para 6 o 7.  Al subir  la vista al maletero me encontré con dos pares de pies guindando, unos que aprovecharon las alturas para la siesta. 

Lo más sorprendente sucedió cuando en el medio de nuestros pies (o sea unos 14 pares de pies), sitio que estaba lleno por el equipaje de los viajeros, algo se empezó a mover.  Me asusté, pensé que era algún animal camuflado entre tanta cosa, pero no,  era algo más grande que un animalillo.  De debajo de uno de los asientos y escarbando de abajo hacia arriba el equipaje, salió una señora con un sari ya no tan impecable, pues era hora de tomarse un chai, se tomó el chai tan tranquila y regresó a su sitio escondido.  El calor era insoportable, yo no quiero pensar cuántos grados de más habían debajo del asiento cubierta por todo aquello.

Después de tres horas en el vagón de las sardinas, llegamos a Madurai.  El siguiente paso fue llegar al hotel que supuestamente habíamos seleccionado cuidadosamente por Internet. Cuando el ‘tuc tuc’ se metió en un callejón de calidad más dudosa que la normal, ya dimos todo por perdido.   Era tarde, teníamos hambre, no era momento de buscar opciones de hotel, especialmente en una ciudad de ese tamaño.  Así que no quedó más que ‘entregarse’ una vez más y aceptar la habitación que fuera menos desagradable para salir a buscar comida.

Madurai es una ciudad que existe desde el año 300 antes de Cristo, comerciaba con los romanos mucho antes de que Chennai existiera (Chennai es la capital de Tamil Nadu), principalmente se comerciaban especias, pero además fue el hogar de importantes escolares y poetas de Tamil Nadu.  Hoy en día, aparte de los atractivos turísticos, destaca en la producción de tecnologías para la información.

La mañana del día siguiente al que llegamos la dedicamos al Meenakshi Amman Temple.  La gran ventaja del hotel seleccionado, quizás la única, es que estaba a tan sólo dos cuadras del templo.  Entonces cuando llegamos y nos prohibieron terminantemente entrar con cámaras, pudimos regresar al hotel para dejarlas.
El templo Meenakshi Amman al fondo, Madurai. 


Este templo se empezó a construir en 1623.  Según Lonely Planet, es la cumbre de la arquitectura en Tamil Nadu, sería el análogo a lo que significa el Taj Mahal en el norte de India.  El templo cubre 6 hectáreas, tiene 12 gopurams y está cubierto por imágenes de diosas, dioses, héroes y también demonios.  Las cuatro calles alrededor del templo son peatonales, lo cual da un poco de aire para entrar al templo y que los visitantes se dispersen un poco. 

Gopuram en el Meenakshi Amman Temple.  Madurai. 
 El templo está dedicado a la diosa Meenakshi,  quien es una versión o avatar de Parvati (madre de Ganesh, significa diosa de la montaña).  Meenakshi nació con tres pechos y la profecía decía que el tercer pecho se derretiría cuando conociera a su marido.  Esto sucedió cuando conoció a Shiva y se convirtió en su esposa.   En este templo se venera a Meenakshi y frecuentemente las mujeres piden por su maternidad.

Una imagen de la boda.  La cara color verde es la de Meenakshi.

 Recorrimos durante horas las interminables salas del templo, hay tanto para ver que al final me entretengo más con los visitantes que con lo que me dicen las paredes.  El idioma es incomprensible, los cantos mucho menos, pero me siento a contemplar lo que ocurre, no hay manera de concentrarse, si eso fuera una obra de teatro, no habría posibilidad alguna de foco.

El resto del día lo pasamos en el Tirumalai Nayak Palace, otro edificio cuya arquitectura es singular, pues mezcla el estilo dravídico e islámico.  Pero en la noche regresamos al templo,  era sábado por lo que nos esperaba un escenario muy diferente al que vimos durante la mañana.

Tirumalai Nayak Palace, Madurai.
Una vez dentro, la locura inició, fue como asistir a unas fiestas populares, los pasillos estaban llenos de familias o grupos de jóvenes.  Todos ellos con el celular (móvil)en la mano, seguro que se enviaban mensajes para ver donde quedar con el resto del grupo.  De pronto, una masa de unos 30 que corren a una de las salas.   Luego otros 30 corren en la dirección contraria, unos minutos después un grupo de músicos pasan  a nuestro lado.   Se oye música desde cada una de las salas, las ‘pujas’ están por iniciar y nadie se las quiere perder.

Llegar al centro del templo fue lento, eran cientos de cientos de personas alrededor de las estatuas de los dioses.  La iluminación se basaba básicamente en las velas que encendían los fieles como parte de sus ofrendas.  La oscuridad estaba bañada por el naranja del fuego, un poco de viento y nos quedaríamos a oscuras.

Foto tomada con móvil, no muy buena calidad. Templo Meenakshi Amman. Madurai. 


Para salir tuvimos que enfrentarnos a una masa de seres humanos que intentaban pasar por una puerta cuyo ancho era menor que dicha masa.  Por unos instantes tuve los pies en el aire, si esto que escribo fuera realismo mágico, los pies en el aire serían debido a otra cosa, no a la real presión humana de delante y atrás que era más fuerte que yo.  ¡Qué susto!, sólo en algún concierto de esos a los que iba de adolescente recuerdo haber vivido algo así.  En algún momento quise desertar y buscar otra salida, pero la siguiente opción podía estar bastante lejos de ahí, el templo es enorme.  Además corríamos el riesgo de que pasara lo mismo con la siguiente puerta de salida.  Estábamos agotados, había que ‘entregarse’, así que cerré los ojos, permanecí en el aire hasta que la presión cedió y el oxígeno regresó a mis pulmones.