La casa en que vivíamos cuando nací tenía la
línea del tren enfrente. Cuando digo enfrente, es literalmente enfrente, o sea,
que de la puerta de mi casa al tren tendría que dar unos 10 pasos para subirme
(bueno, quizás yo como 80 que era niña, pero un adulto de estatura media 10
pasos). De hecho, cientos de mañanas, despedí a mi papá, yo desde la puerta de
casa y él desde el tren, cuando se iba a trabajar a aquel, para entonces, lejano
San José, la capital de Costa Rica.
La primera tarde que pasé en mi casa cuando nací
y pasó el tren pitando y creando un estruendo pavoroso en aquel pequeño
apartamento, mi mamá salió corriendo a buscarme a mi cuna, pues asumía que yo
estaría gritando por aquel tremendo susto.
Pero mi mamá llegó a la habitación y yo seguía durmiendo como si nada
estuviera pasando, el escándalo del tren no logró interrumpir mi sueño a pesar
de llevar pocas horas de conocer este mundo exterior. Estaba acostumbrada,
llevaba 9 meses escuchando el mismo tren, quizás hasta llevaba el control del
horario. Con ese sonido y estridencia me acompañaba una burbuja calientita que
era mi mamá y al lado mi papá, o sea que alterarme no me alteraba.
La primera noche en Thanjavur dormí
profundamente, llevaba una buena acumulación de días de no dormir bien. Desde
que me bajé del autobús en esta ciudad, el ruido de India no me dejó en paz. Llegamos
de noche, luego de pasar el día en Chidambaram.
Encontrar hotel fue una odisea de varias horas y caminata en medio de
cientos de coches, vacas y gente.
Thanjavur es una ciudad muy activa, llena de personas, y por supuesto
llena de ruido y desorden. La búsqueda
nos llevó a un hotel por donde pasó el tren frente a la habitación cada hora toda
la noche. Yo de esto ni me enteré. A la mañana siguiente las ojeras de Seba
revelaban su mala noche, yo en cambio estaba fresca. Quizás el estruendo del
tren me transportó en sueños al tiempo en que nada importaba, cuando dormía abrazada a mis papás y aun no
asomaba mis ojos a este mundo.
La mañana la pasamos en el Brihadishwara Temple o
más conocido como el Big Temple. Es un
templo que forma parte del Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO, construido
entre el año 1003 y el 1010 por Rajaraja, que significa 'rey de reyes'. Como dato curioso, esta monarquía estaba tan
organizada que tenía los nombres y direcciones de todos sus artistas,
bailarines, poetas, músicos inscritas en la pared del templo. Este es el lugar por el que merece pasar por
esta ciudad, que la verdad a mí me tenía de muy mal humor. Quizás cuando se pasan muchos días en India
se empiezan a acumular el ruido, el desorden y el caos en la cabeza, con
Thanjavur se me estaba colmando la paciencia y la tolerancia.
Pero llegar al Big Temple cambió todo. La calma reapareció. A pesar de ser un templo muy visitado, no es
como los demás templos que había visto.
En este hay mucho espacio entre cada sección, la gente se dispersa, no
está toda acumulada y desesperada por entrar.
Se respira más paciencia, quizás el color tiene que ver, todo es de
granito, el color es casi rosado, como un café muy claro que hace que uno vea
el blanco, que además contrasta con el verde del césped, en
donde los visitantes se sientan a pasar el día, comer, conversar con sus amigos
y familiares.
Bradishwara Temple, Thanjavur |
Los fieles se marcan la frente con un polvo
blanco que se hace a partir del orín de vaca.
También se llenan las manos de este polvo y marcan las columnas cuando
entran en el templo a saludar a Shiva o Ganesh.
La devoción de los fieles aquí es muy grande y es muy lindo de ver. Estar aquí me hizo pensar mucho en mi fe y en
mi devoción. Yo creo en dios, aunque no
siempre ha sido así. No tengo ni medio
argumento racional para que alguien entienda por qué creo o cómo poder
comprobar algo. De todas maneras, creo
que la fe es algo tan personal que es un horror imponer cualquier creencia a
nadie. Es una experiencia y simplemente
se siente o no se siente, no se puede enseñar, ni explicar, ni convencer al
respecto. Pero la devoción sí que se
puede ver, en el Big Temple es de los cuadros más hermosos.
Mujer saluda antes de entrar al Templo. |
Luego de pasar la mañana en el Big Temple nos
fuimos al Palacio Real. Caminar por la
ciudad es de lo peor, no hay aceras, no hay señales, pero confieso que cruzar
la calle ya casi deja de ser un reto, mi entrenamiento en Costa Rica hace que
vaya venciendo el miedo. En medio del
caos, noto que la mayoría de establecimientos comerciales son joyerías, pero
muy ostentosas. Todas con muchas joyas
doradas, muchas, pero muchas, muchas. En
la entrada siempre hay un guarda cuidando.
Es raro ver tanta opulencia con lo que pasa en la calle a solo 2 metros
de la entrada de las joyerías.
Una de las joyerías. El guarda mira cuidadoso. |
El palacio es un espacio viejo, sin cuidar. Da un sensación que varía entre la decrepitud
y la exuberancia. Los marcos de las
puertas tienen forma de pétalos, es lo que más me gusta. Nos vamos a la sala museográfica, la cual
sigue la línea de descuido. Quizás
cuando se tiene tanto recuerdo valioso, ese valor se pierde.
Para el atardecer decidimos regresar al Big
Temple. La mejor decisión tomada ese
día, aparte del almuerzo, pero con la comida en India es casi imposible
equivocarse. La calma de nuevo reina,
pero es una calma que no es calma, porque el templo está más lleno aun. Los niños vienen a pasar la tarde aquí, las
parejas, las familias. El sol se monta
un espectáculo de luces que contemplo desde uno de los jardines.
Cae el sol en el Templo, Thanjavur. |
El ruido normal de India queda diluido por la
grandeza de las imágenes que provocan el sol y el Big Temple. El silencio aparece por encima de esas ondas de
sonido destructoras de la paz. Fácilmente puedo olvidar lo abrumante que fue la
llegada a Thanjavur y volver a disfrutar y agradecer la experiencia de viajar
por India.
Fieles visitan el Templo, Thanjavur. |
Al atardecer en el Templo, Thanjavur. |
El contraste de colore en el Big Temple, Thanjavur. |
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