Movernos de Trichy a Madurai nos otorgó un episodio para aprender
de paciencia, tolerancia y sobretodo a no luchar contra aquello que no podés
cambiar, o sea de ‘entrega’. Esto me lo
repetía como un mantra en el viaje en tren, fueron tres horas al parecer
interminables. En principio habíamos
pensado en irnos en bus, pero nos enteramos de que el tren entre cada ciudad es
frecuente, así que, queriendo evitar un poco el drama musical y escandaloso que
significa un bus en India, nos decidimos por el tren.
Las primeras señales de que no sería un buen viaje las dio la
espera del tren. Pasaron unas dos horas
desde la hora indicada, pero eso es normal en este país. Una vez que llegó el tren, tuvimos que subir
en un vagón de los de asientos sin numerar, pues ese era el tiquete que
teníamos. Quizás el vagón era para 50
personas y fácilmente íbamos 150. Al
principio del viaje estuve en un pasillo
de unos 2 metros de ancho por medio metro, con otros 30 pasajeros. No podía respirar, aquí viene la metáfora de
‘lata de sardinas’, eso es lo que pasaba. Al cabo de una hora, en uno de los
asientos se liberaron unos 10 cm de espacio, así que me invitaron a sentarme.
Cuando ya estaba cómoda en mis 10 cm de asiento, decidí que había
que ‘entregarse’, no había nada que pudiera hacer para cambiar mi situación,
así que aproveché el paisaje. El vagón
estaba dividido en cabinas sin puertas, cada cabina tenía una banca enfrente de
la otra. Arriba un maletero. Al lado de la cabina dos asientos
individuales uno al frente del otro. Las bancas de cada cabina me parece podían ser
para tres o cuatro personas, pero se aprovechaba para 6 o 7. Al subir la vista al maletero me encontré con dos pares
de pies guindando, unos que aprovecharon las alturas para la siesta.
Lo más sorprendente sucedió cuando en el medio de nuestros pies (o
sea unos 14 pares de pies), sitio que estaba lleno por el equipaje de los
viajeros, algo se empezó a mover. Me
asusté, pensé que era algún animal camuflado entre tanta cosa, pero no, era algo más grande que un animalillo. De debajo de uno de los asientos y escarbando
de abajo hacia arriba el equipaje, salió una señora con un sari ya no tan
impecable, pues era hora de tomarse un chai, se tomó el chai tan tranquila y
regresó a su sitio escondido. El calor
era insoportable, yo no quiero pensar cuántos grados de más habían debajo del
asiento cubierta por todo aquello.
Después de tres horas en el vagón de las sardinas, llegamos a
Madurai. El siguiente paso fue llegar al
hotel que supuestamente habíamos seleccionado cuidadosamente por Internet. Cuando el ‘tuc tuc’ se metió en un callejón
de calidad más dudosa que la normal, ya dimos todo por perdido. Era tarde, teníamos hambre, no era momento
de buscar opciones de hotel, especialmente en una ciudad de ese tamaño. Así que no quedó más que ‘entregarse’ una vez
más y aceptar la habitación que fuera menos desagradable para salir a buscar
comida.
Madurai es una ciudad que existe desde el año 300 antes de Cristo,
comerciaba con los romanos mucho antes de que Chennai existiera (Chennai es la
capital de Tamil Nadu), principalmente se comerciaban especias, pero además fue
el hogar de importantes escolares y poetas de Tamil Nadu. Hoy en día, aparte de los atractivos
turísticos, destaca en la producción de tecnologías para la información.
La mañana del día siguiente al que llegamos la dedicamos al
Meenakshi Amman Temple. La gran ventaja
del hotel seleccionado, quizás la única, es que estaba a tan sólo dos cuadras
del templo. Entonces cuando llegamos y
nos prohibieron terminantemente entrar con cámaras, pudimos regresar al hotel
para dejarlas.
El templo Meenakshi Amman al fondo, Madurai. |
Este templo se empezó a construir en 1623. Según Lonely Planet, es la cumbre de la
arquitectura en Tamil Nadu, sería el análogo a lo que significa el Taj Mahal en
el norte de India. El templo cubre 6 hectáreas,
tiene 12 gopurams y está cubierto por
imágenes de diosas, dioses, héroes y también demonios. Las cuatro calles alrededor del templo son
peatonales, lo cual da un poco de aire para entrar al templo y que los
visitantes se dispersen un poco.
Gopuram en el Meenakshi Amman Temple. Madurai. |
Una imagen de la boda. La cara color verde es la de Meenakshi. |
El resto del día lo pasamos en el Tirumalai Nayak Palace, otro
edificio cuya arquitectura es singular, pues mezcla el estilo dravídico e
islámico. Pero en la noche regresamos al
templo, era sábado por lo que nos
esperaba un escenario muy diferente al que vimos durante la mañana.
Tirumalai Nayak Palace, Madurai. |
Una vez dentro, la locura inició, fue como asistir a unas fiestas populares,
los pasillos estaban llenos de familias o grupos de jóvenes. Todos ellos con el celular (móvil)en la mano,
seguro que se enviaban mensajes para ver donde quedar con el resto del
grupo. De pronto, una masa de unos 30
que corren a una de las salas. Luego
otros 30 corren en la dirección contraria, unos minutos después un grupo de músicos
pasan a nuestro lado. Se oye
música desde cada una de las salas, las ‘pujas’ están por iniciar y nadie se las
quiere perder.
Llegar al centro del templo fue lento, eran cientos de cientos de
personas alrededor de las estatuas de los dioses. La iluminación se basaba básicamente en las
velas que encendían los fieles como parte de sus ofrendas. La oscuridad estaba bañada por el naranja del
fuego, un poco de viento y nos quedaríamos a oscuras.
Foto tomada con móvil, no muy buena calidad. Templo Meenakshi Amman. Madurai. |
Para salir tuvimos que enfrentarnos a una masa de seres humanos
que intentaban pasar por una puerta cuyo ancho era menor que dicha masa. Por unos instantes tuve los pies en el aire, si
esto que escribo fuera realismo mágico, los pies en el aire serían debido a
otra cosa, no a la real presión humana de delante y atrás que era más fuerte que
yo. ¡Qué susto!, sólo en algún concierto
de esos a los que iba de adolescente recuerdo haber vivido algo así. En algún momento quise desertar y buscar otra
salida, pero la siguiente opción podía estar bastante lejos de ahí, el templo
es enorme. Además corríamos el riesgo de
que pasara lo mismo con la siguiente puerta de salida. Estábamos agotados, había que ‘entregarse’,
así que cerré los ojos, permanecí en el aire hasta que la presión cedió y el
oxígeno regresó a mis pulmones.
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