Luego de un par de noches en Pondicherry
volvimos al autobús para llegar a Chidambaram.
Allí estaríamos sólo las horas necesarias para visitar el templo de
Nataraja, famosísimo por su tamaño, su historia y la cantidad de fieles que lo
visitan diariamente. Después de esa visita, la meta era
continuar el viaje hasta Thanjavur para pasar un par de noches en esa ciudad.
Al bus ¡express!, bueno ni tan express, pero es lo que hay en India. |
El templo de Nataraja está dedicado a
Shiva en su versión ‘bailarín del Universo’.
Los dioses hindúes tienen distintos avatares, o sea que se les
representa de distinta manera dependiendo de la tradición o leyenda que lo
acompaña, el lugar o el templo. Nataraja
es Shiva, pero Shiva en posición de baile, la imagen con la pierna flexionada y
levantada.
Figura de Nataraja en una de las columnas del Templo. |
La historia relata que Shiva y Kali (diosa del cambio y el tiempo, o la
maternidad, dependiendo de su avatar) se enfrentaron en un ‘concurso’ de baile
juzgado por Vishnú. A Shiva se le cayó
un arete (pendiente) y lo recogió con su pie, movimiento que Kali no pudo
repetir, por lo que Shiva ganó el título de Señor del Baile (Lord of the
Dance). Y es con esta figura que se le
venera en el templo de esta ciudad.
Cuando llegamos a Chidambaram teníamos
que solucionar un tema de logística, llevábamos nuestras
mochilas, necesitábamos encontrar un sitio en donde nos resguardaran las cosas, recorrer el templo con mochila en la espalda no era una opción. Seba propuso ir a algún hotel y pedir que nos las guardaran. Yo la verdad estaba un poco
incrédula de que algo así sucediera o que fuera seguro dejar todo nuestro equipaje con desconocidos. Pero no había otra opción, yo no pensaba
caminar por el templo y bajo el sol con mi mochila encima.
El primer intento con un hotel fue
fallido, yo honestamente no tenía muchas
esperanzas y pensaba que no era una buena idea, la recepcionista de ese hotel compartía mi opinión. Pero el segundo intento fue un éxito, nos encontramos con una
recepcionista muy amable y un restaurante en el hotel con comida deliciosa en donde
desayunamos. Ahí descubrí mi nuevo platillo favorito, el Pongal, una mezcla de arroz, leche y nueces. Para mí fue la versión india del arroz con
leche tico (postre de Costa Rica).
En este hotel nos cuidaron el equipaje, el restaurante está súper bien, relación calidad precio: genial. |
Desayunados y con nuestras pertenencias guardadas, nos fuimos al templo. Dos cuadras antes
de llegar, la ‘locura’ que caracteriza estos lugares empezó a verse. Decenas de autobuses privados con peregrinos
se conglomeraban, la gente se bajaba en masa y corría al templo. Nosotros empezamos a mezclarnos con la gente, aunque no pasamos desapercibidos.
Dejamos nuestros zapatos en la sección
dispuesta para ello con cientos de otras sandalias, quizás eran miles de sandalias y zapatos. La gran pregunta de siempre en mi cabeza: ‘¿estarán aquí
cuando volvamos?’. Entramos al templo, pasamos
bajo el primer gopuram y los pies se me quemaron, el sol llevaba bastantes
horas calentando la primera plaza que está al aire libre.
La entrada al templo transforma esa
sensación en los pies, pues la piedra del suelo es más bien fría, el templo
oscuro, con algunas entradas de luz, lo cual también lo hace un espacio fresco
en comparación con lo que está afuera.
Entrada al templo principal. |
La ‘puja’ inició. Como si fuera un espectáculo teatral, los 'sadus' (sacerdotes) inician las oraciones desde una especie de escenario. Los fieles corren para buscar el espacio
que los lleve más cerca de Nataraja. Las
plegarias, los cantos, las señales con las manos. En este caso la gente se daba golpecitos constantes y rítmicamente en
las mejillas con ambas manos. Los niños imitaban a sus
padres. Finalmente pasan otros
encargados del templo pidiendo la colaboración económica.
Cada sección del templo descubre un
misterio, por lo menos para mí, una plegaria indescifrable, un canto, una
imagen. Es como una sinfonía disfónica,
todo se mueve sin compás ni orden, pero al mismo tiempo con perfecto compás y
orden. La quietud y el silencio parecen
imposible en el Templo de Nataraja.
Es un laberinto que recorro hasta
descifrar su forma. Pasamos tiempo con
la gente en la sección al aire libre, tiene partes cubiertas del sol, si no, sería
imposible. Las vacas forman parte del
decorado, presenciamos como le traen arroz a la vaca, también como un hombre se
acerca y le toca el culo a la vaca y dice alguna plegaria.
Este es justo el momento en que el devoto le levantará la cola y pedirá bendiciones a la sección trasera de la vaca. |
Le traen arroz a las vacas que viven en el templo. |
Todo es extraño para mis ojos y mis
esquemas. Conforme pasan los días
empiezo a sentir cierta normalidad ante estas cosas, pero no pasan muchos
segundos antes de que algo me golpee el cerebro y me enseñe de nuevo cualquier
cosa que no había visto o ni siquiera me imaginaba podía existir.
Descansando con Nandi al lado. |
Regresamos por nuestras mochilas al hotel
de la recién amiga recepcionista. Uno de
los empleados del hotel se acercó e hizo conversación con nosotros. Nos contó que había formado parte de la marina
de India, que una vez pasó por Barcelona y que cuando recorrió por algunas
horas la ciudad, nadie quiso darle indicaciones. En cambio a
nosotros en Chidambaram nos guardaron y cuidaron el equipaje durante horas
sin pedir nada a cambio.
La ciudad de Chidambaram. |
Gopuram desde afuera: Nataraja Temple, Chidambaram. |
Gopuram de la entrada del Nataraja Temple. |
Las mujeres devotas. |
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