martes, 29 de julio de 2014

Trichy: El Rock Fort Temple y el Sri Ranganathaswamy Temple

De Thanjavur salimos muy temprano.  ‘Tuc tuc’ hacia la estación de autobuses desde el hotel.  El viento de la mañana refrescaba más de la cuenta.  El camino nos mostró otra cara de este lugar, una menos estrujada, más verde, quizás el encanto aparte del ‘Big Temple’ se encuentra en las afueras.  Pero ya era tarde para explorar más, íbamos hacia Trichy, ciudad que queda más o menos en la mitad de Tamil Nadu.

El viaje en autobús no fue muy largo, o quizás a mí ya se me hacen cortos.  Pero antes del mediodía ya estábamos en Trichy.  Encontramos un hotel que por fuera parecía un cinco estrellas, lobby y recepción de lujo.  La habitación tenía un precio de ganga, y claro, estaba en el piso de las habitaciones de ganga (prefiero no detenerme en la descripción de la habitación, pero sobretodo era limpia, así que perfecta en este país).  Pero bueno, la terraza  en la azotea con el desayuno incluido fue realmente un oasis durante el par de días que estuvimos ahí.

Una vez que dejamos las cosas en el hotel nos fuimos a una de las dos atracciones de Trichy: el Sri Ranganathaswamy Temple.  La ventaja es que el servicio de autobuses es bastante claro y en menos de cinco minutos los indios de la estación de autobuses se aseguraron que nos subiéramos en el transporte correcto.

Para entrar en el templo hay que pasar por unos seis gopuram (los ‘arcos’ que siempre se encuentran en la entrada de los templos).  Pero en este caso, las ventas ambulantes estaban mezcladas con la entrada, así que se llega a perder la perspectiva entre si es la entrada del templo o un mercado.  Finalmente se llega al último gopuram, se entregan los zapatos (como siempre) y se entra.

Pasando el penúltimo gopuram antes de llegar al Templo.

Este templo es uno de los complejos más grandes de Tamil Nadu, tiene 49 salas o minitemplos, todos dedicados a Vishnú.  Caminamos entre la multitud.  Nos ofrecieron subir al techo, lo cual valió la pena.  Desde arriba la vida del Templo se podía ver en detalle.  El señor que pide dinero, el que intenta vender un collar, el que se pelea con su mujer, la señora a la que se le escapa el chiquito.  Los colores, las situaciones y yo ahí abstraída, segura y respirando tranquila sólo por unos minutos, desde lo alto, observando sin que nadie intentara sacarme alguna moneda o chocar conmigo.

Desde el techo.

En el templo nos encontramos con la sección de ‘contadores de dinero’.  En el suelo se colocan las monedas que se recolectan de las donaciones de las visitas.  Torres y torres de monedas y una decena de fieles contándolas.

Contando el dinero de las donaciones.

Finalmente encontramos el templo principal: “Only hindus are allowed”.  Me rompieron el corazón, me sentí totalmente excluida, además se veía que podía ser un templo bastante particular, mucho dorado desde la entrada.  Pero intenté no tomármelo muy a pecho y recorrimos el resto de jardines y templos. 

Only hindus are allowed
Aunque fuera uno de los templos más grandes e importantes, yo disfruté más la parte del exterior, recorriendo los puestos con ventas de revistas, figuritas y tiliches.  Habían DVDs con animados de los dioses hindúes, las aventuras de Krishna o Hannuman.  Me gustó más esa caminata, quizás ya para ese momento llevaba muchos templos visitados y empiezo saturarme.

Animaciones sobre los dioses hindúes

La siguiente parte del día estaba destinada al Rock Fort Temple, ya lo habíamos visto desde el autobús camino al Sri Ranganathaswamy Temple.  Una estructura encima de una roca enorme, pero aunque nos generara mucha curiosidad teníamos que hacer mi pausa favorita: la del ¡almuerzo!  Comimos en Banana Leaf, lo recomendaba la guía, estaba cerca del Rock Fort Temple, así que lo probamos. 

Luego caminata hasta la cima.  La calle que lleva a la entrada también está llena de comercios y restaurantes.  Así que para la digestión nos detuvimos por un Chai, gran bebida en India.  Los venden por todas partes, sólo que hay que tener cuidado de que sea en un lugar limpio y que la leche esté bien, que si no puede ser que la bebida en esa pequeña taza de lata arruine el viaje.

El Rock Fort Temple se construyó encima de una roca natural, con unos 80 metros de altura.  Al principio se fueron cavando pequeñas cuevas en su base las cuales se destinaban a ser templos.  Estos templos se pueden ir viendo a través de barrotes cuando se van subiendo las escaleras que llevan a la cima: 400 escaleras. Se comparte el trayecto con cientos de fieles, como cada templo en India.  Este en específico, contaba con la visita de grupos de estudiantes, a los cuales les hacia mucha más gracia que al común de indios encontrarse con dos extranjeros.

Últimos escalones para llegar a la cima. El templo de arriba está dedicado a Ganesh.
El camino a la cima se hace por medio de unas escaleras que van subiendo como por un túnel.  Las últimas escaleras son el exterior, pero son tan empinadas que ya uno no sabe si lo va a lograr.  Pero la vista de Trichy y el ambiente alrededor dan el último rayo de energía para subir.

Desde arriba, en la entrada del templo, que mide unos tres metros de ancho, la gente se aglutina para tener la vista.  Por supuesto yo también me quedé ahí un buen rato, era la recompensa por las 400 escaleras recién escaladas.  Nos quedamos un rato conversando con los nuevos amigos que hacíamos en el templo. Era raro ver turistas allí, en todo el rato que estuvimos, quizás en total fuimos 8 o 10 extraños que resaltaban de la masa que pertenecía al lugar.
 
La ciudad de Trichy vista desde el Rock Fort Temple.

Esa noche, el premio final fue la terraza del hotel.  Trichy, junto con Thanjavur, Chidambaram y Chennai son ciudades tan saturadas, que la acumulación del viaje empiezan a ponerme un poco ansiosa.  La calma del ashram o mi barrio en Mysore son ya imágenes lejanas.  Así que esa terraza, lejos del ruido, me dio un poco de descanso, pues al día siguiente el camino debía continuar hacia Madurai.

viernes, 25 de julio de 2014

Thanjavur: la relatividad del silencio


La casa en que vivíamos cuando nací tenía la línea del tren enfrente. Cuando digo enfrente, es literalmente enfrente, o sea, que de la puerta de mi casa al tren tendría que dar unos 10 pasos para subirme (bueno, quizás yo como 80 que era niña, pero un adulto de estatura media 10 pasos). De hecho, cientos de mañanas, despedí a mi papá, yo desde la puerta de casa y él desde el tren, cuando se iba a trabajar a aquel, para entonces, lejano San José, la capital de Costa Rica.

La primera tarde que pasé en mi casa cuando nací y pasó el tren pitando y creando un estruendo pavoroso en aquel pequeño apartamento, mi mamá salió corriendo a buscarme a mi cuna, pues asumía que yo estaría gritando por aquel tremendo susto.  Pero mi mamá llegó a la habitación y yo seguía durmiendo como si nada estuviera pasando, el escándalo del tren no logró interrumpir mi sueño a pesar de llevar pocas horas de conocer este mundo exterior. Estaba acostumbrada, llevaba 9 meses escuchando el mismo tren, quizás hasta llevaba el control del horario. Con ese sonido y estridencia me acompañaba una burbuja calientita que era mi mamá y al lado mi papá, o sea que alterarme no me alteraba.

La primera noche en Thanjavur dormí profundamente, llevaba una buena acumulación de días de no dormir bien. Desde que me bajé del autobús en esta ciudad, el ruido de India no me dejó en paz. Llegamos de noche, luego de pasar el día en Chidambaram.  Encontrar hotel fue una odisea de varias horas y caminata en medio de cientos de coches, vacas y gente.  Thanjavur es una ciudad muy activa, llena de personas, y por supuesto llena de ruido y desorden.  La búsqueda nos llevó a un hotel por donde pasó el tren frente a la habitación cada hora toda la noche.  Yo de esto ni me enteré.  A la mañana siguiente las ojeras de Seba revelaban su mala noche, yo en cambio estaba fresca. Quizás el estruendo del tren me transportó en sueños al tiempo en que nada importaba,  cuando dormía abrazada a mis papás y aun no asomaba mis ojos a este mundo.

La mañana la pasamos en el Brihadishwara Temple o más conocido como el Big Temple. Es un templo que forma parte del Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO, construido entre el año 1003 y el 1010 por Rajaraja, que significa 'rey de reyes'.   Como dato curioso, esta monarquía estaba tan organizada que tenía los nombres y direcciones de todos sus artistas, bailarines, poetas, músicos inscritas en la pared del templo.  Este es el lugar por el que merece pasar por esta ciudad, que la verdad a mí me tenía de muy mal humor.  Quizás cuando se pasan muchos días en India se empiezan a acumular el ruido, el desorden y el caos en la cabeza, con Thanjavur se me estaba colmando la paciencia y la tolerancia.

Pero llegar al Big Temple cambió todo.  La calma reapareció.  A pesar de ser un templo muy visitado, no es como los demás templos que había visto.  En este hay mucho espacio entre cada sección, la gente se dispersa, no está toda acumulada y desesperada por entrar.  Se respira más paciencia, quizás el color tiene que ver, todo es de granito, el color es casi rosado, como un café muy claro que hace que uno vea el blanco,  que  además contrasta con el verde del césped, en donde los visitantes se sientan a pasar el día, comer, conversar con sus amigos y familiares.
Bradishwara Temple, Thanjavur

Los fieles se marcan la frente con un polvo blanco que se hace a partir del orín de vaca.  También se llenan las manos de este polvo y marcan las columnas cuando entran en el templo a saludar a Shiva o Ganesh.  La devoción de los fieles aquí es muy grande y es muy lindo de ver.   Estar aquí me hizo pensar mucho en mi fe y en mi devoción.  Yo creo en dios, aunque no siempre ha sido así.  No tengo ni medio argumento racional para que alguien entienda por qué creo o cómo poder comprobar algo.  De todas maneras, creo que la fe es algo tan personal que es un horror imponer cualquier creencia a nadie.  Es una experiencia y simplemente se siente o no se siente, no se puede enseñar, ni explicar, ni convencer al respecto.  Pero la devoción sí que se puede ver, en el Big Temple es de los cuadros más hermosos.

Mujer saluda antes de entrar al Templo.

Luego de pasar la mañana en el Big Temple nos fuimos al Palacio Real. Caminar  por la ciudad es de lo peor, no hay aceras, no hay señales, pero confieso que cruzar la calle ya casi deja de ser un reto, mi entrenamiento en Costa Rica hace que vaya venciendo el miedo.  En medio del caos, noto que la mayoría de establecimientos comerciales son joyerías, pero muy ostentosas.  Todas con muchas joyas doradas, muchas, pero muchas, muchas.  En la entrada siempre hay un guarda cuidando.  Es raro ver tanta opulencia con lo que pasa en la calle a solo 2 metros de la entrada de las joyerías.

Una de las joyerías. El guarda mira cuidadoso.
El palacio es un espacio viejo, sin cuidar.  Da un sensación que varía entre la decrepitud y la exuberancia.  Los marcos de las puertas tienen forma de pétalos, es lo que más me gusta.  Nos vamos a la sala museográfica, la cual sigue la línea de descuido.  Quizás cuando se tiene tanto recuerdo valioso, ese valor se pierde.

En uno de los salones del Royal Palace

Para el atardecer decidimos regresar al Big Temple.  La mejor decisión tomada ese día, aparte del almuerzo, pero con la comida en India es casi imposible equivocarse.  La calma de nuevo reina, pero es una calma que no es calma, porque el templo está más lleno aun.  Los niños vienen a pasar la tarde aquí, las parejas, las familias.  El sol se monta un espectáculo de luces que contemplo desde uno de los jardines.

Cae el sol en el Templo, Thanjavur.



El ruido normal de India queda diluido por la grandeza de las imágenes que provocan el sol y el Big Temple.  El silencio aparece por encima de esas ondas de sonido destructoras de la paz. Fácilmente puedo olvidar lo abrumante que fue la llegada a Thanjavur y volver a disfrutar y agradecer la experiencia de viajar por India.

Fieles visitan el Templo, Thanjavur.


Al atardecer en el Templo, Thanjavur.

El contraste de colore en el Big Temple, Thanjavur.

jueves, 24 de julio de 2014

Chidambaram: aprender a confiar

Luego de un par de noches en Pondicherry volvimos al autobús para llegar a Chidambaram.  Allí estaríamos sólo las horas necesarias para visitar el templo de Nataraja, famosísimo por su tamaño, su historia y la cantidad de fieles que lo visitan diariamente.  Después de esa visita, la meta era continuar el viaje hasta Thanjavur para pasar un par de noches en esa ciudad.
Al bus ¡express!, bueno ni tan express, pero es lo que hay en India.

El templo de Nataraja está dedicado a Shiva en su versión ‘bailarín del Universo’.  Los dioses hindúes tienen distintos avatares, o sea que se les representa de distinta manera dependiendo de la tradición o leyenda que lo acompaña, el lugar o el templo.  Nataraja es Shiva, pero Shiva en posición de baile, la imagen con la pierna flexionada y levantada. 


Figura de Nataraja en una de las columnas del Templo.
La historia relata que Shiva y Kali  (diosa del cambio y el tiempo, o la maternidad, dependiendo de su avatar) se enfrentaron en un ‘concurso’ de baile juzgado por Vishnú.  A Shiva se le cayó un arete (pendiente) y lo recogió con su pie, movimiento que Kali no pudo repetir, por lo que Shiva ganó el título de Señor del Baile (Lord of the Dance).  Y es con esta figura que se le venera en el templo de esta ciudad.

Cuando llegamos a Chidambaram teníamos que solucionar un tema de logística, llevábamos nuestras mochilas, necesitábamos encontrar un sitio en donde nos resguardaran las cosas, recorrer el templo con mochila en la espalda no era una opción.  Seba propuso ir a algún hotel y pedir que nos las guardaran.  Yo la verdad estaba un poco incrédula de que algo así sucediera o que fuera seguro dejar todo nuestro equipaje con desconocidos.  Pero no había otra opción, yo no pensaba caminar por el templo y bajo el sol con mi mochila encima.

El primer intento con un hotel fue fallido, yo honestamente no tenía muchas esperanzas y pensaba que no era una buena idea, la recepcionista de ese hotel compartía mi opinión.  Pero el segundo intento fue un éxito, nos encontramos con una recepcionista muy amable y un restaurante en el hotel con comida deliciosa en donde desayunamos.  Ahí  descubrí mi nuevo platillo favorito, el Pongal, una mezcla de arroz, leche y nueces.  Para mí fue la versión india del arroz con leche tico (postre de Costa Rica).

En este hotel nos cuidaron el equipaje, el restaurante está súper bien, relación calidad precio: genial.

Desayunados y con nuestras pertenencias guardadas, nos fuimos al templo. Dos cuadras antes de llegar, la ‘locura’ que caracteriza estos lugares empezó a verse.  Decenas de autobuses privados con peregrinos se conglomeraban, la gente se bajaba en masa y corría al templo.  Nosotros empezamos a mezclarnos con la gente, aunque no pasamos desapercibidos.

Dejamos nuestros zapatos en la sección dispuesta para ello con cientos de otras sandalias, quizás eran miles de sandalias y zapatos.  La gran pregunta de siempre en mi cabeza: ‘¿estarán aquí cuando volvamos?’.  Entramos al templo, pasamos bajo el primer gopuram y los pies se me quemaron, el sol llevaba bastantes horas calentando la primera plaza que está al aire libre.

La entrada al templo transforma esa sensación en los pies, pues la piedra del suelo es más bien fría, el templo oscuro, con algunas entradas de luz, lo cual también lo hace un espacio fresco en comparación con lo que está afuera.

Entrada al templo principal.
La ‘puja’ inició.  Como si fuera un espectáculo teatral, los 'sadus' (sacerdotes) inician las oraciones desde una especie de escenario.  Los fieles corren para buscar el espacio que los lleve más cerca de Nataraja.  Las plegarias, los cantos, las señales con las manos.  En este caso la gente se daba golpecitos constantes y rítmicamente en las mejillas con ambas manos.  Los niños imitaban a sus padres.  Finalmente pasan otros encargados del templo pidiendo la colaboración económica.

Cada sección del templo descubre un misterio, por lo menos para mí, una plegaria indescifrable, un canto, una imagen.  Es como una sinfonía disfónica, todo se mueve sin compás ni orden, pero al mismo tiempo con perfecto compás y orden.  La quietud y el silencio parecen imposible en el Templo de Nataraja. 

Es un laberinto que recorro hasta descifrar su forma.  Pasamos tiempo con la gente en la sección al aire libre, tiene partes cubiertas del sol, si no, sería imposible.  Las vacas forman parte del decorado, presenciamos como le traen arroz a la vaca, también como un hombre se acerca y le toca el culo a la vaca y dice alguna plegaria.
Este es justo el momento en que el devoto le levantará la cola y pedirá bendiciones a la sección trasera de la vaca.

Le traen arroz a las vacas que viven en el templo.

Todo es extraño para mis ojos y mis esquemas.  Conforme pasan los días empiezo a sentir cierta normalidad ante estas cosas, pero no pasan muchos segundos antes de que algo me golpee el cerebro y me enseñe de nuevo cualquier cosa que no había visto o ni siquiera me imaginaba podía existir.
Descansando con Nandi al lado.


Regresamos por nuestras mochilas al hotel de la recién amiga recepcionista.  Uno de los empleados del hotel se acercó e hizo conversación con nosotros.  Nos contó que había formado parte de la marina de India, que una vez pasó por Barcelona y que cuando recorrió por algunas horas la ciudad, nadie quiso darle indicaciones.  En cambio a  nosotros en Chidambaram nos guardaron y cuidaron el equipaje durante horas sin pedir nada a cambio.
La ciudad de Chidambaram.
Gopuram desde afuera: Nataraja Temple, Chidambaram.
Gopuram de la entrada del Nataraja Temple.
Las mujeres devotas.