domingo, 10 de noviembre de 2013

Hampi: templos al otro lado del río

El aire húmedo que nos despeina mientras buscamos el templo Durga, sumado al paisaje lleno de plantaciones de banano, engañan mi mente, algunos segundos pienso que voy en bicicleta de Puerto Viejo a Manzanillo. Pero las rocas gigantes, 'atravesadas' en medio del paisaje, me recuerdan que no es el Caribe, esto es Hampi y vamos en moto. Contrariamente a lo que siempre hago, dejé que mi amiga Yishen condujera, me entrego y disfruto de ser pasajera, confío en su conducción, Taiwán y Costa Rica de nuevo establecen relaciones internacionales.

Hoy decidimos visitar los monumentos que están del lado de nuestro guesthouse, o sea del otro lado del río. Son los 'menos' visitados, pero estamos en medio de las vacaciones por Diwali, entonces hay muchísimo turismo nacional y todo está lleno. El 'Durga Temple' queda un poco después de pasar enfrente del templo de 'Hanuman', pero decidimos que a Hanuman lo dejábamos para al atardecer. Así que ahí en el 'Durga Temple' nos tocó subir y subir, los templos tienen ese detalle siempre. Quitarse los zapatos y escalar. En la entrada, otros visitantes nos recomendaron buscar el templo de la serpiente, 'sigan a la gente, es difícil de encontrar, tienen que bajar a una cueva'.

Fue difícil, pero llegamos. Pero antes de bajar una gran vista, la planicie llena de arrozales, árboles de banano y palmeras, con esas piedras enormes que a veces se agrupan de dos en dos o de cien en cien. Parece como si un niño gigante se puso alguna vez a jugar a hacer montañitas de piedras.

Luego bajar entre las piedras con el precipicio a pocos pasos. Nos pusimos detrás de un grupo de locales que parecían expertos. Bajar, bajar, una cueva, agacharse, oscuridad: sorpresa. Había un oficiante y un altar en medio de una cueva con luz natural, las rocas dejan entrar suficiente luz. Hicimos nuestra ofrenda (puja).

A la salida, una familia conformada por padre e hija, o esposo y esposa, no logramos entender, nos adoptaron. Desde que llegamos había un grupo de adolescentes hombres que nos seguían. Para dos mujeres turistas esto puede ser sinónimo de problemas, creo que esta familia lo intuyó y con señas nos indicaron que los siguiéramos. Nos llevaron hasta la salida. La ofrenda que hicimos en la cueva tuvo resultados desde el primer momento.

De nuevo a la moto y llegamos a 'Anegundi'. Este pueblo tiene varios sitios con monumentos para visitar. Esta zona es particularmente especial porque es poco visitada, entonces los barrios mantienen cierta 'normalidad'. Vale mucho la pena ir ahí para encontrarse con la gente y con sus costumbres. Casas blancas, de colores, todas con los típico dibujos hechos por ellos mismos en la entrada. Animales por todos lados.

Al llegar a los monumentos la vida cotidiana se sincroniza con eso magnífico que los turistas visitamos. Lo que diga la UNESCO y la declaración de patrimonio de la humanidad poco importa a estas personas, quienes ponen sus saris, dotis y otras prendas de color a secar justo al lado de los imponentes edificios de piedra, porque el río está ahí y él sigue siendo el gran protagonista.

Los niños siempre vienen corriendo hacia nosotras. 'Jajajajajaja Catalina, jajajaja Catalina', es la reacción que tienen cuando respondo a su insistente pregunta. No sé si mi nombre significará algo vacilón aquí. Hay una niña que me llama la atención especialmente, va vestida de rojo, pienso que pude haber sido yo. Su piel morena y rizos 'arrepentidos' me recuerdan a mí misma. El río despide un olor fuerte y desagradable, pero eso no impide que el agua sirva para lavar la ropa y para recibir los saltos de los niños.

Almorzamos un Thaly. En Anegundi solo había Thaly para comer. La hoja de plátano se convierte en plato, se limpia con agua. Luego viene el arroz, el sambar, las especies, un papar. Me encanta meter los dedos en la comida y ya casi no necesito ayuda de la cuchara. A los monos hay que espantarlos, en cuanto huelen la comida vienen a ver qué pueden agarrar.

En el templo Chintawi pensé en lo difícil que le resulta a mi cerebro digerir la imagen de Hampi. Pienso que los que inventaron a 'los Picapiedra' definitivamente pasaron por aquí. Esto es algo que no me imaginaba que existía. Desde la cúspide del templo con el río al frente, observo detenidamente a mi izquierda, ahí está en el medio del río como si fuera una isleta el templo que visité hace unas horas, los 64 pilares. Muevo mi mirada hacia la derecha, las piedras empiezan a delimitar una especie de mini lagos. Pero no son lagos, es un río, el sonido lo delata. Se oyen los golpes de las telas contra las piedras, las mujeres lavan. Los niños se ríen. Arriba y hacia la izquierda más 'montoncitos' de piedras gigantes. Más a la derecha un bosque de palmeras. Las montañas son de un color nuevo para mí, ni verdes, ni azules, son café, beige o más bien rojizas. Los pájaros cantan. Las vacas empiezan a cruzar el río, no, en realidad se están bañando, no, están nadando en el río.

El templo de Hanuman fue el gran final del día, 570 escaleras para verlo durante el atardecer. Ahí arriba los monos luchan contra los seres humanos por los mejores sitios para ver el sol ocultarse. Yo no me atreví a no cederles mi asiento cuando se me acercaron, aquí se supone nació Hanuman, mi respeto a estos señores monos con los que compartí ese momento.

Finalmente, frente a mí apareció un valle que no es un valle. Las montañitas de piedras, el río atravesando la imagen, los bosques de árboles de banano, los arrozales. El sol hace de las suyas y ofrece el postre del día. En mi mente un lugar así no existía, sigo intentando digerir esta información, 'sí, Catalina, seguís en la Tierra, no es otro planeta, simplemente viajaste a Hampi.'






































































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