Hoy se cumplen seis días de estar en Mysore en el entrenamiento de
yoga. Han sido días muy intensos, los empezamos a las 5 a.m. y los
terminamos a las 8 p.m. En el medio tenemos cuatro horas de receso,
pero al día sumamos unas 10-12 horas de práctica y reflexión.
Aunque son pocos días los que llevo aquí, empiezo a tener una
rutina de vida y a integrarme en el barrio.
Se suponía que hoy domingo era nuestro primer día sin madrugar.
Sin embargo, ayer nuestro maestro nos informó sobre un yogatón
que se llevaría a cabo enfrente del palacio de Mysore a las 7 a.m.,
la meta: completar 108 series Surya Namaskara. Estos días está
sucediendo el Festival Dasara, una celebración muy importante en
India, por lo que los próximos diez días estaremos rodeados de
procesiones y actividades culturales.
Yo tengo una gripe terrible desde hace un par de días pero eso no me
frenó a asistir, así que a las 5:45 a.m. ya estaba duchada y con el
mat en la espalda caminando hacia el punto de encuentro con mis
compañeros. Tomamos juntos el
autobús público a las 6 a.m., el cual nos llevaría al centro de
Mysore, en donde está el palacio.
Llegamos y enfrente había dispuesta una manta gigante en donde la
gente iba colocando en fila y bien alineados sus mats, no sin antes
quitarse los zapatos por supuesto. Nosotros nos colocamos atrás
siguiendo el orden que llevaba el público reunido hasta ese momento.
Enfrente estaba dispuesta una gran tarima con sillas, podios y
flores.
Mientras iniciaba la actividad muchos de los niños se acercaron para
preguntarnos nuestros nombres, tomarse fotos con nosotros o pedirnos
monedas de nuestros países. Yo no tenía monedas, pero tenía
guayabitas, así que si la Gallito llega a comercializar las
guayabitas en India pediré mi comisión.
Creo que mis compañeros llaman un poco más la atención que yo,
imagínense un grupo de diez personas de los cuales más de la mitad
son altos (as), de piel clara, ojos azules, verdes o amarillos,
algunos cabellos claros, en el sur de la India, pues claro que todo
el mundo nos vuelve a ver, además llevábamos la misma camiseta de
la escuela de yoga. En cuanto a mí, creo que llamo la atención por
venir con ellos, de hecho algunos de los niños me hablaron en
kannada (idioma de la provincia de Karnataka), y alguno le
corrigió advirtiéndole que me hablara en inglés. Ahora que lo
escribo me imagino que pensaron que era de aquí.
Yo aproveché la ocasión para aprender algunas palabras en kannada.
Los niños me enseñaron gracias (denniaguadagalú),
pájaro (pak-shí), árbol (marrá), planta (guidá,
la d pronunciada casi como una 'r' suave) y “tengo hambre”
(nanaguéjottéjesí). Las palabras entre paréntesis son mi
interpretación de como se pronunciarían en castellano. Lo más
difícil de este idioma es que las palabras pueden llevar
más de un acento, lo cual es bastante complicado de hacer.
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Los niños me enseñan palabras en kannada, uno de los papás vigila que me estén diciendo bien las cosas. Todos hablaban inglés. |
A las 7 a.m. un hombre con túnica anaranjada inició dando
indicaciones para unos pranayamas (respiraciones), luego
vinieron asanas (posturas) de calentamiento para las series de
Surya Namaskara. Sin embargo, luego de que este hombre mantuviera un
rato al grupo de cientos de personas que ya estábamos ahí en
movimiento, empezaron a suceder discursos, luego algunas series de
yoga, luego más discursos.
La solemnidad con que las personas se tomaron el evento me ponía la
piel de gallina. Era hermoso para mí verme rodeada de gente que
aprecia el yoga tanto como yo. Sin embargo, la sensación de poder
que me daban quienes dirigían la actividad me hizo sentir un poco
incómoda. No sé si eran gurús, reyes o alcaldes, no entendí muy
bien, pero sentí que la actividad tenía tintes políticos (podría
equivocarme).
Sin entender muy bien lo que decía el hombre de la túnica
anaranjada, sólo los nombres de las asanas, las series de
Surya Namaskara dieron comienzo. Me uní al movimiento, lentamente
seguía las indicaciones, más por intuición que por comprensión. Mi cabeza llegó a estar casi en el suelo y mirando a través
de mis piernas, empecé a tomar las respiraciones de descanso, de
repente ante mis ojos pasaron unas patas de elefante, luego otras y
otras y otras. Me paralicé, no lo podía creer. Tuve que parar,
agarrar mi cámara y me convertí en una guiri total.
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Desfile de elefantes. |
Entraron por la parte de atrás de la zona del yoga, pasaron tan cerca que sus orejas me hacían viento en la cara. Yo estaba paralizada frente a esos animales enormes, uno de los mamíferos más inteligentes sobre la tierra (compitiendo con el chimpancé y el delfín). Pasaron elegantemente frente a mí, transmitiendo su fuerza imponente que contrastaba con la cadena que llevaban en una de sus patas. Miradas vacías, quizás porque amargamente añoran el recuerdo permanente de libertad.
El sol se empezaba a poner pesado y la piel de mis compañeros es
poco resistente, así que decidimos marchar. A la salida las
cámaras de televisión nos abordaron y algunos tuvieron que dar
declaraciones sobre la actividad.
En el bus de regreso a Gokulam, mi barrio, me preguntaba cómo un
país que es capaz de reunir a semejante cantidad de gente a hacer
yoga, con una historia de bases espirituales tan intensas y llenas de
solidaridad, paz y amor, está sumido en una problemática, desde
distintas aristas, tan grande. Es tanto el contraste que me cuesta
digerirlo y mucho más entenderlo.
Yo no soy nadie para juzgar, solo me daban vueltas en la cabeza todas
estas impresiones y preguntas. Para mí el yoga es una forma de
vida, pero sobretodo una forma de recorrer la vida que me coloca una
o miles de sonrisas al día, entonces pensaría que el espacio
geográfico en donde se originó esta tradición tendría que ser un
paraíso en todos los sentidos (aclaro que en todos, porque desde
muchos ángulos este país lo es, bien lo sabían los ingleses).
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