sábado, 24 de agosto de 2013

Road Trip por Galicia o ‘La ruta del pulpo’ dependiendo de cómo se mire

Día 1: El reencuentro.

A las 11:59 p.m. me subí al autobús en Barcelona rumbo a Madrid. En Madrid debo tomar un tren a mi destino final: Ourense. Me voy de road trip por Galicia. Ahí vive Pablo y junto con Rafa nos vamos de paseo. Hace casi un año que me despedí de Pablo en Costa Rica, me emociona mucho verlo.

A las 7 a.m. me desperté en Madrid, un poco de dolor de cuello, una mala noche, pero cuántas no he tenido en la vida, sobreviviré a esta. Me fui a desayunar con mi amiga Maru. A Maru desde que llegué a España la he visto más a menudo, antes de nuestro reencuentro, hace unos seis meses, habían pasado casi dos años. Paseamos por Madrid y comimos helados en el Mercado San Miguel.

A las 2:05 p.m. recibo la llamada de Rafa que me advierte que salimos de Chamartin a las 3 p.m., no de Atocha como habíamos pensado. Esto me pone en aprietos, ir a Chamartin me tomaría por lo menos 45 minutos. Así que corrí, corrí y corrí, mucho, corrí mucho. Llegué a la estación, bajé al andén, Rafa ya estaba allí, subimos al tren y un minuto después (literalmente un minuto después, tengo que quitarme la costumbre de llegar un minuto antes al tren, eso no me da paz espiritual) salimos hacia Ourense.

Viajar en tren me gusta. Leer, escuchar música, dormir y esta vez tengo compañero de viaje, un lujo. Con Rafa me reencontré hace un par de meses, antes de eso habían pasado casi dos años.

Estamos en la cafetería del tren. Nos tomamos una cerveza. Miramos el paisaje. Rafa reconoce algunos de los lugares por los que pasamos. Yo también los reconozco, pero distinto. Hace casi ocho años hice esta misma ruta, iba desde Madrid a Coruña a visitar a mi amiga Denise. Siento parecido en el corazón, hoy recorro el mismo camino, también por un reencuentro, pero hoy, la cara en la estación del tren cuando llegue será la de Pablo.
 

Molinos de viento, ríos, girasoles, montañas. Llegamos a Ourense. Abrazamos mucho a Pablo. Las risas, esas que nos acompañaron a tantos viajes por Costa Rica, hicieron su reaparición. Me da un poco de nostalgia, pero por Costa Rica, este par de españoles, quien lo diría, provocan sensaciones que me recuerdan a mi país.


Fuimos al piso de Pablo, dejamos las cosas. Salimos a cenar. Comimos pulpo gallego de aperitivo. No sé por qué presiento que esta será una rutina en los próximos días. Probamos el licor café, tradicional en la zona y por lo tanto sospecho que también será tradicional durante el viaje. Hace mucho frío. No empaqué nada para este clima, pensaba que haría calor como en Barcelona.

Terminamos de cenar. Ya es tarde, son más de la 1 a.m., pero decidimos ir a bañarnos a las termas: a las Pozas Outariz. Llegamos. Caminamos, cruzamos un puente. El frío es aun más grave. Nos ponemos traje de baño y al agua. El agua está hirviendo. Mis amigos se toman como un reto entrar en la poza más caliente, yo no me quiero quedar atrás. Luego de un poco de sufrimiento, lo logro, aunque no por mucho tiempo. El resto de visitantes admiran la hazaña de mis amigos.

Ahora sí, estamos listos para regresar a casa. Cuando salí de la poza pensé que moriría de hipotermia. No tengo frío. El calor se quedó en el cuerpo, qué dicha! Pablo nos explica que los minerales de esta agua son curativos y buenísimos para la piel. Regresamos a casa. Mañana salimos a Santiago de Compostela.

Día 2: “El camino tiene muchos principios y los vas escogiendo”

Antes de salir a Santiago de Compostela pasamos a visitar a los papás de Pablo. Nos mostraron su casa y finca. Detrás de la casa tienen un gallinero y una huerta llena de cosas deliciosas. Me imagino a mí misma comiendo pimientos, tomates, lechugas, kiwis y uvas frescas todos los días. Por primera vez veo uvas y kiwis en sus plantas originales y no en el supermercado.


La mamá de Pablo nos explicó cómo hacer conservas de los tomates y los pimientos, también los probamos: delicioso! El papá nos invitó a la respectiva cata de vinos tinto y blanco fabricados en casa. Finalizamos probando el aguardiente casero. Después de estas pruebas pienso que entiendo el gallego perfectamente (los papás de Pablo nos hablan en gallego), una prueba de aguardiente más y estoy segura de que lo podría hablar, el gallego y quien sabe cuántos idiomas más. Pero no, antes de otra prueba decidimos emprender la salida hacia Santiago.

Aquí se guarda el vino.

No podemos conectar el ipod al reproductor del carro. Nos lo tomamos con humor y recolectamos algunos discos compactos de casa de Pablo. Vivaldi, algo de Jazz y los éxitos musicales recopilados en el disco de merchandising del hotel Rius.

Los planes están ausentes en este viaje pero hay objetivos. Pasar por Santiago de Compostela y ver las Rías Altas, las Rías Baixas están llenas de turistas en agosto, nos explicó Pablo. Yo no sé que es una ría, pero tiene que ver con mar y eso a mí ya me emociona. Ya preguntaré cuando sea necesario o lo entenderé cuando las vea. Mi ser planificador y precavido quiere protagonizar el momento, quizás organizar un poco…, me preocupa eso de no tener plan, pero no lo confieso. Decido ceder el sitio del copiloto y relajarme en la parte de atrás del coche. Me entrego. Siempre nos ha ido bien de paseo juntos. Pienso, o más bien me auto convenzo: que el camino decida por nosotros.

En Santiago, Pablo nos enseñó la Universidad en donde estudió. Nos tomamos unas garimbas (cervezas) y comimos pulpo. Caminamos hacia la iglesia, me ofrecieron torta de Santiago. ¡La torta de Santiago no lleva crema!, insistió vehementemente la señora. Vale, pero no se ponga brava.

El pulpo!
Enfrente de la iglesia algunos peregrinos finalizaban el Camino de Santiago y descansaban, también se tomaban fotos. Mientras yo tomo fotos desde el medio de la plaza, a unos metros de distancia, veo a mis amigos que hacen una especie de baile, me imagino que será cosa de hombres, no lo tengo muy claro, a lo mejor están celebrando el reencuentro, creo que están muy felices por verse de nuevo.
Enfrente de la Iglesia de Santiago de Compostela.

Esta noche la prima de Pablo nos dejó quedarnos en su casa. Bien, pienso, para ser la primera improvisación del viaje ha salido perfecta. Cenamos por el centro histórico.  Pablo y Rafa proponen hacer la ruta París-Dakar. El licor café también quiere hacer la ruta con nosotros.

Día 3: "El mar se come a la bola de fuego”

Nos despertamos tarde. No hay prisa. El licor café es como el aguardiente, pienso, o quizás como el jägermeister. Por dicha no había bar con ‘música de plancha’ en la ruta de anoche, eso hubiera sido una mezcla mortal. No sé si recomendar esta ruta o no, o el licor café. Lo mejor será que cada quien la haga bajo su responsabilidad.

Desayunamos y nos vamos en busca de la Feria del Marisco a Pobra do Caramiñal para almorzar. Según Pablo, debo probar las navajas, los mejillones, los chipirones y los percebes. Con los percebes siempre hay bromas de parte de ellos. Yo nunca los he visto. De camino pasamos por Padrón, hogar de los famosos pimientos al padrón, también pueblo de Camilo José Cela y donde murió Rosalía de Castro, poetisa gallega.

La Feria del Marisco abre hasta las 9 p.m. Tenemos mucha hambre. Caminamos por el pueblo, todas las cocinas cerradas. Al fin damos con un chiringuito que nos ofrece pulpo a buen precio. La señora que nos atiende es un poco rara, al principio nos intriga un poco, pensamos que no es muy amable. Pero conforme pasan los minutos siento que nuestra relación con ella avanza. Rafa ha pedido postre, no hay, pero la señora camina al chiringuito de al lado y se lo compra. Cuando le pedimos direcciones, su marido viene y le explica a Pablo. Creo que ‘sobre explica’. El señor habla y habla y no para. Ya entendimos. Mientras comemos nos preguntamos sobre la diferencia entre el búho y la lechuza, ninguno lo tiene muy claro, las teorías construidas giran alrededor de las orejas o no orejas. El señor de las direcciones ha regresado, quiere repetir la explicación. Lo escuchamos atentos, o al menos eso parece.

Camino al coche pasamos enfrente del Museo de Valle Inclán. Pienso en ‘Luces de Bohemia’, lo tuve que releer para una clase de la universidad recientemente. Me imagino perfectamente a un pueblo como este de inspiración para esa obra. Pero no sé si es así. También pasamos por una feria medieval. Qué les pasa en España con lo de las ferias medievales, están por todas partes, encima la gente anda disfrazada. Llegamos al coche. Ahora voy de copiloto. Nos vamos a buscar el Castro de Baroña.

En Pobra do Caramiñal.

Galicia tiene varios castros. Un castro es una fortificación de origen celta. Aunque no bajamos a ver el castro, nos quedamos en la playita, lo vimos de lejos. El agua del mar me llama, voy a nadar, me acerco, pero al agua golpea mis dedos. Está helada. Uy no, vacaciones sin meterme al mar...

Castro de Baroña.

Pablo me recuerda que aquí el sol se oculta en el mar. Ya no me importa si no me puedo bañar. Hace casi un año no veo eso. ¡El mar se va a comer la bola de fuego!

Debemos llegar a Muros a visitar a unos familiares. Apenas nos dará tiempo para llegar y terminar de ver el atardecer. El camino está lleno de curvas y riscos, el mar de Galicia domina el paisaje. No lo puedo creer, en mi vida había visto algo así, no me imaginaba ni siquiera esas vistas. Ya casi se oculta el sol. Pablo se detiene. Qué bien, podemos ver el atardecer! Estamos encima de un risco, al lado de la carretera. Los tres frente al mar con la luz anaranjada en la cara. Silencio. O casi. Escucho algún susurro o una melodía. O no. Silencio.

Mi primer atardecer en el mar en muchos meses.

Llegamos a Muros en donde nos encontramos con la prima y tíos de Pablo. Vistas nocturnas de la ría. Estamos en las Rías Baixas. Una ría es un estero. O eso me parece. Es una entrada de mar a la tierra, parece un río. La luna se robó la mirada de todos, el luar (en gallego para referirse a la luz de la luna) nos bañaba. “Luna ‘e cacho”.

Nos tomamos unos acquarius, la familia nos dio algunas indicaciones y sugerencias para el viaje. Queremos llegar a Fisterra (Finisterre en Gallego), ya son casi las 10 p.m. Decidimos avanzar pero no hasta Fisterra , es tarde.

Vamos de nuevo en el coche. Suena “cada día sale el sol chipirón…”, es como la décima vez que escucho esa canción, ya no me la puedo sacar de la cabeza. Los éxitos que el hotel Rius decidió incluir en su disco promocional me empiezan a poner nerviosa. Creo que a ellos también, pero no estoy segura. A Pablo le gusta “un limón y medio limón, dos limones y medio limón…” O finge que le gusta. Tratamos de ignorar lo de la música. Ahora suena “y si pegamos cachete con cachete y pechito con pechito”. Recuerdo los bailes en el cole, sonrío.


Llegamos a Lira. Cenamos. De aperitivo: pulpo. Tomamos vino albariño. De postre unos licores de café. Son más de la 1 a.m., aun no hemos encontrado habitación. Preguntamos, caminamos. Tuvimos suerte, en la calle principal, justo encima de un bar encontramos una habitación para tres. Brindamos con licor de café.

En Lira.  Artistas callejeros.




Los girasoles.



En el tren. De Madrid a Ourense.



Kiwis caseros.

Peras caseras.



Huerta.

Tomatico casero.





Aquí se guarda el aguardiente casero.

Estrella de Galicia mientras viene el pulpo.



Caminando por Santiago.

Hacia el Centro Histórico en Santiago de Compostela.

Hacia el Centro Histórico en Santiago de Compostela.

Hacia el Centro Histórico en Santiago de Compostela.

Los peregrinos descansando frente al Templo de Santiago de Compostela.

Los peregrinos descansando frente al Templo de Santiago de Compostela.


Aquí dejó los zapatos algún peregrino.



Templo de Santiago de Compostela.

Estos también lo lograron.

Los tenis colgados.  Quizás algunos peregrinos.

Caminando por el centro de Santiago.

Santiago de Compostela.

Santiago de Compostela.

Santiago de Compostela.

Estas señoras estaban donde las dejé hace ocho años.

Santiago de Compostela.



Pobra do Caramiñal.

En el Castro de Baroña.



El mar se va a comer al sol!

En algún lugar de las rías baixas viendo el atardecer.

En Muros, salió la luna.  El luar.







martes, 6 de agosto de 2013

El Pinet, Alicante

No sé como habíamos llegado ahí. Estábamos con el coche paradas en la “nada”, en medio de los campos que acompañan la autopista desde Madrid a Valencia, en Castilla-La Mancha. No teníamos ni idea de como retomar la autopista y nuestro GPS mucho menos.

Cuando iniciamos el viaje en Madrid, conforme avanzábamos por la carretera, las vistas a los lados se transformaron en campos enormes, era como un mar amarillento-marrón, cuyo fin era marcado únicamente por el límite de la visión. De vez en cuando, o casi siempre, aparecían los molinos de viento que evidentemente remitían al famoso personaje creado por Cervantes.

Si se tenía suerte, se veía a un coche cruzar en medio de aquella soledad que acompañaba los costados de la transitada carretera por la que íbamos. No me imaginaba cómo llegar ahí, no me imaginaba por qué un coche pasaría por ahí, adonde iba si todo parecía ser la “nada”. Aunque debo confesar que tenía cierta curiosidad de transitar por esos campos paralelos a la autopista.

De pronto, sin darme cuenta, ahí estábamos. Lo último que recuerdo antes de llegar ahí, fue que alguna de mis pasajeras solicitó un baño y yo me puse a buscarlo. Quizás creé la situación por desearla en el inconsciente. En aquel camino de tierra, a cientos de metros de la autopista, no había baño alguno, no sabíamos como volver, no había ni rótulo ni señas. Aun sigo sin entender como aparecimos con el coche en medio de esa “nada” amarillenta.

Había un trillo, eso camino no era, subimos, bajamos, dimos vueltas, rodeamos una colina. Al fondo se veía un castillo y justo antes de llegar a una especie de intersección, vimos como la vía se estiraba hasta llegar de nuevo a la autopista. Retomamos la ruta sin ningún otro contratiempo y sin buscar ningún baño.

Nos tardamos poco más de cinco horas desde Madrid a El Pinet en Alicante. Yo manejé casi todo el camino, me gusta manejar por estos caminos, la carretera está bien, aunque un poco cargada de coches, quizás por ser un viernes con buen tiempo.

Llegamos a casa de nuestros amigos y para mi sorpresa, cuando abrimos la puerta de la terracita, el mar estaba a escasos metros de nuestros pies. Por primera vez en muchos meses podía escuchar el mar mientras dormía.

La vista desde la terraza en El Pinet.

Al día siguiente, los padres de nuestros amigos nos visitaron. Por supuesto eso nos hizo tener un día de cosas típicas valencianas. Primero el padre de nuestro amigo y nuestro amigo, se fueron con unos baldes a buscar almejas al mar, así que el aperitivo fueron almejas frescas. Mientras nos las comíamos, nuestro amigo recordó que hace muchos años se podían encontrar más almejas, ahora hay pescadores que utilizan un rastrillo para recogerlas y eso ha disminuido la cantidad. Después del aperitivo, comimos paella, pero cocida a la leña, como nos explicaron es costumbre en Valencia.
Berberechos y mejillones frescos.

El pueblo era muy pequeñito, pero sobretodo blanco. Está lleno de pinos, en contraste con el vacío que provoca la arena, es como si fuera un desierto pero con pinos. Se supone que esta es una zona protegida, pero creo que no son tan estrictos como en otros países, porque hay muchas zonas residenciales y edificios en construcción.

Los días en El Pinet fueron tranquilos, de descanso, sol, mar y sobretodo amigos. Antes de venir a España no me imaginaba que iba a tener días como estos, pero la vida me ha llevado por tránsitos que me han hecho tener amigos por ahí, pero que ahora resulta que también están aquí. Es bonito el efecto de los amigos casi familia; por unos días me dejé de sentir lejos, a pesar de estar en un lugar nuevo y fuera de Barcelona, los días con amigos provocan una sensación cercana a la serenidad de estar en casa.


Casita en El Pinet.

El Pinet.

Camino al pinal.

Tapas frente al mar.

El chiringuito del pueblo.

La playa de El Pinet.

La playa de El Pinet. Cae la tarde.



Arepitas a la brasa.

Compartiendo la playa de El Pinet.



Paella a la leña.

En el pinal.

Caminata en el pinal.