Estoy escribiendo esto dos meses y medio después de haber
estado en San Sebastián. Como
quería refrescar la memoria me puse a repasar las fotos y bueno, de nuevo esas
mariposas en la panza, como cuando uno se encuentra con alguien que le gusta.
Una de las primeras frases que me dije cuando sentí San Sebastián fue: esta es
una ciudad en la que viviría. Le
fui infiel a Barcelona, lo sé, esa misma sensación la sentí cuando vine por
primera vez, pero bueno, se pueden tener muchos amores en la vida. San Sebastián me flechó.
Luego de más de 8 horas en el coche llegamos a San Sebastián
desde La Baule, Francia. Con uno
que otro incidente en la carretera, como ocho policías registrándonos el coche
y mis documentos, nada grave, sólo el susto de no entender por qué hacían
eso. Pero fuera de eso, fue un
viaje en línea recta, a través de los campos franceses que lentamente se
convirtieron en los españoles.
Llegamos muy tarde, ya no se veía mucho de la ciudad pues
era de noche. Subimos al monte
Igueldo, donde estaba el apartamento que habíamos alquilado. Pronto me fui a dormir, así que al día
siguiente, estaba de primera despierta.
Salí al salón del apartamento y ahí estaba, a través de los ventanales:
el mar. No tenía ni idea de
aquella vista, la noche anterior las ventanas eran negras, pero esa mañana, lo
oscuro se había convertido en mar.
El primer día caminamos por el casco antiguo de San
Sebastián. Comimos pinchitos por
ahí y caminamos hasta agotarnos.
San Sebastián es muy característico, está en medio de verde por todo
lado, pero paralelo a eso hay una ciudad tan limpia y bien ‘puesta’ que parece
un estudio de cine. Además, el
mar, ahí, al lado.
Otro de los días aprovechamos para ir al parque de
atracciones en el Monte Igueldo.
Para llegar ahí subimos en un funicular. Desde lo más alto, disfrutamos como niños y con los niños de
las familias con las que estaba, de una montaña Suiza, no rusa, cuyos carritos
eran de madera, no había cinturón de seguridad, pero recorría el risco de Igueldo por el
costado, sólo se veía, hacia abajo, la caída al mar. Para alguno de los niños fue mucha
adrenalina, yo me asusté, lo confieso, un poco de vértigo. El viajecito es corto, pero sin
cinturón de seguridad y el límite tan al lado, pues da sustillo.
Además está el carrusel, el tobogán de madera, el
trencito. Para los adultos, unos
bancos colocados estratégicamente mirando hacia Playa La Concha y el bar muy
cerca.
Ese día lo terminamos con la visita a la escultura “El Peine
del Viento”, del artista Eduardo Chillido. Estas son tres estructuras de acero incrustadas en las rocas
en Playa Ondarreta, justo al final de la Bahía la Concha.
El domingo en San Sebastián fue nuestro último día, nos
íbamos en la tarde, pero antes nos fuimos al centro. En el parque había una fiesta, la ciudad entera estaba
afuera, mesas con pinchos, cerveza, familias y jóvenes. Vida de calle y nosotros nos unimos: a
la calle y de pinchos!
El dueño del apartamento en donde nos quedamos nos recomendó
visitar Astelena, un sitio de pinchos a un costado de la Plaza en el centro,
tiene muy buena fama.
Nada como preguntar a un local sobre estas cosas, antes habíamos
encontrado buenos pinchos, es casi imposible comer mal en San Sebastián, pero
aquí fue impresionante.
Cuando ya casi dieron las 4 p.m. nos fuimos a la estación de
tren, de donde saldría mi transporte de regreso a Barcelona. Seis horas de lectura y descanso y llegué a casa.
Páginas web donde encontrar pisos para alquilar:
www.homeaway.es
www.cross-pollinate.com
Fechas: 18-21 abril
2013