Estancia: 27 al 30 marzo
Por más que se investigue, se lea o se planee, un viaje
nunca resulta como se imaginó. No
sé si mejora o empeora, suelo ser muy optimista y pienso que las cosas que
pasan son como tenían que pasar, así sean esos momentos de “trágame tierra” o
“me quiero ir a un hotel de cinco estrellas ahora mismo”. Siempre se aprende algo, lo cual en el
siguiente viaje ayuda a optimizar muchos detalles. En todo caso, soy una optimista hasta en los peores
momentos…Pero en Florencia…
Me fui en tren de Roma a Florencia. Un viaje corto, quizás dos horas,
siempre me hacen falta horas de tren para leer todo lo que me mentalizo
leer. El viaje en tren me lo
imaginaba como en las películas, un plano medio de mí misma en el que se incluye
la ventana, yo viendo por la ventana, con mirada de ‘pensamiento profundo’ por
supuesto. Pero esa imagen no fue,
el viaje casi todo se hace a través de túneles que apagan el paisaje, a veces
pasan diez segundos de luz, me asomaba rápido y luego minutos y minutos y
minutos y minutos de oscuridad. En
algún momento pensé en la claustrofobia, pero gracias a todo el tipo de
terapias recibidas durante mi vida, respiré, medité y me concentré en mi libro.
La guía sobre Florencia decía que es una ciudad llena de
arte y que muchos de los visitantes sufrirían de Síndrome de Stendhal. Si no
fuera porque hacía unas semanas me dio ese Síndrome viendo Django de Tarantino,
no hubiera entendido de qué se trataba.
Pues resulta que hay seres humanos que ante una obra de arte o múltiples
de ellas les pasa algo, se ‘sobreemocionan’, digámoslo así, y casi siempre
lloran. En fin, la cosa es que
aparte de las advertencias de la emoción, hablaban de confusión, mareos,
desorientación, depresión y algunas veces delirios de persecución y pérdida de
identidad. Después de leer aquello
y con algún leve recuerdo sobre mi pasado hipocondríaco, decidí meditar y
respirar un poco más en el viaje en el tren: había que prevenir.
Una vez instalada en el hotel me encaminé a ver la
ciudad. Estaba a unos 15 minutos
caminando. En ese recorrido, bajo
una lluvia leve, ‘pelillo de gato’, los ventanales llenos de marcas, moda y
sobretodo zapatos me acompañaron.
Los zapatos son una verdadera obra de arte. Pensé que dentro de cien
años a lo mejor los museos en Florencia tendrían zapatos de los de hoy en día,
unos diseños maravillosos, no podía dejar de admirarlos, el Stendhal me iba a dar por los zapatos y la depresión por la
fuerza de voluntad que significó no comprarme ni un par.
Cuando me encontré con La Catedral, fue como abrir un libro
de cuentos. Y ahí entendí el Stendhal. Uno va
caminando: ventanal, zapatos, ropa de diseñadores famosos, edificios antiguos,
tonos grises aumentados por el color de la lluvia y de pronto se asoma en medio
del bosque gris, el rosado y el verde de La Catedral (El Duomo). Me tuve que sentar, parecía mentira,
era como si un dibujo se hubiera salido de un museo y se posara ahí delante de
todos, en medio de Florencia.
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El Duomo |
Cuando desperté de aquella ensoñación, me empecé a marear y
a sentir delirio de persecución.
Estaban por todas partes, cada vez que me levantaba, cientos de ellos
venían hacia mí, si intentaba darme la vuelta y caminar en la dirección
contraria me encontraba con otros doscientos, estaba atrapada. Una masa caminando en todas las
direcciones, no había manera de escapar.
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Masa de turistas empieza a acercarse, detrás de los líderes había más y más |
Pero eso no era Síndrome de Stendhal, eran los millones de turistas que tomaron
Florencia, parecían zombies, todos detrás de una banderita. En serio lo
parecen, tienen un líder que lleva una banderita o una sombrilla y todos lo
siguen, no parecen tener rumbo, no pueden caminar a altas velocidades porque
chocan con su compañero de delante, por lo general llegan a algún lugar y se
dispersan, el mayor peligro de ataque hacia uno se da durante los recorridos,
pues en su fervor por no perder de vista la banderita, son una avalancha sobre
los otros transeúntes. Me sentía
en Disney World en verano y no en Florencia.
Intenté escapar de Florencia, debo confesarlo, empecé a
explorar la mejores salidas de la ciudad, pero un buen vino, una terracita y
unas cuantas respiraciones me permitieron continuar con mis días
florentinos. Aprendí que lo mejor
es dedicar las mañanas a caminar por la ciudad, la cantidad de gente en la
calle es notoriamente menor, casi todos se van a algún museo. A la hora de comer es el momento justo
para entrar a los museos o visitar monumentos. Así fue como me ahorré una fila de tres horas para ver el David en la Galería de la
Academia, fui a la hora de comer y en diez minutos estaba dentro.
‘Florencia con paciencia’, ese fue mi lema. Una vez en paz me convertí en una más,
quizás una turista más o una viajera más, reconociendo un lugar que como en los
cuentos parece que es una fantasía, lleno de estudiantes de dibujo practicando
ya sea en las calles o dentro de los Museos, personajes vestidos a la moda o a
su moda, y esos turistas, que lejos de molestarme empezaron a ser parte del
paisaje, pues Florencia ante todo es una ciudad que mucha gente quiere visitar,
incluida yo, aunque no estuviera siguiendo ninguna sombrilla.
La ciudad en donde surgió el renacimiento, me convenció de
quedarme con el espectáculo del Ponte Vecchio al atardecer, con la vista desde
la Plaza de Miguel Ángel, luego de subir casi trescientas o más escaleras, la
caminata por Arno, hacer una visita al mercado, contemplar el David, detenerme
cada tanto por unos paninis con vino, y no nos olvidemos de los zapatos.
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Vista de Florencia desde la Plaza Miguel Ángel |
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Calle antes de llegar al Duomo. |
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Moda en Florencia |
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El Duomo |
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Dibujando el Duomo. |
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Adentro del templo. |
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En el mercado. Olor a cuero. |
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Pinoccio. |
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Copia de El David de Miguel Ángel, aquí estuvo el original. |
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Ponte Vecchio |
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Ponte Vecchio |
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Ponte Vecchio |
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Ponte Vecchio. |
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Ponte Vecchio. |
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Ponte Vecchio. |
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Zapatos y cuero. |
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Caminando por Arno. |
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En Arno. |
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Desde la Plaza de Miguel Ángel, al fondo, el centro de Florencia. |
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Alguna calle de Florencia. |
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Pinoccio. |
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Dibujando. |
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En el mercado. |
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La mejor mermelada y mostaza, vendidas por la mejor vendedora en el mercado. |
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En el mercado. |
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En el mercado. |
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En el mercado. |
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En el mercado. |
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Pasta fresca. |
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