domingo, 26 de mayo de 2013

Roma: Pagar o no pagar el autobús


Los que me conocen seguramente saben que este ni siquiera fue un dilema para mí.  De hecho la primera vez que me iba a subir al autobús, sufrí como 20 minutos mientras encontraba la máquina de tiquetes, pues los choferes no reciben dinero.  Pero una vez que aprendí, todo fue fácil,  por un euro me compraba un tiquete que funcionaba durante una hora para cualquier ruta.
Sin embargo, a los pocos viajes de autobús, me di cuenta, cómo casi nadie pasaba el tiquete, casi siempre era la única que cruzaba los mares de pasajeros para marcar mi pase.  El chofer pasaba de fijarse, de cada 80 ó 100 personas que podía llevar cada autobús, calculo que únicamente cinco pagábamos. A pesar de los rótulos con las advertencias sobre la gran multa en caso de no tener tiquete, no vi a nadie preocupado por ello, ni siquiera a los turistas, para quienes resultaba maravilloso pasearse gratis por Roma. ¿Quién mantiene el servicio de autobuses en Roma si nadie paga?

Pagué mi tiquete de autobús y me dirigí a los museos del Vaticano.  Tenía mis dudas de si valdría la pena volver a enfrentarme con la masa de turistas, pero tenía muchas ganas de conocer la Capilla Sixtina.  De hecho, en el hostal, uno de mis compañeros de habitación me dijo que no valía la pena por el agobio de la gente, pero una de mis compañeras me dijo que sí lo valdría, que ella en medio de la gente había podido estar un buen rato.

Llegué muy temprano, todos, y cuando digo todos es TODOS llegamos muy temprano.  La fila tenía un largo impresionante. En este caso colarse era más complicado porque estaba demarcada con unas barras, así que me resigné, me coloqué al final y esperé.

A mi lado había una fila que iba más rápido, esta era la de la gente que hacía reservación por Internet.  Eso es un gran consejo, casi todos los museos lo tienen y eso hace que las filas no sean tan pesadas.  Yo lo había intentado, pero el computador del hostal no funcionaba bien y yo no llevé el mío a Italia.

Mientras esperaba, delante de mí escucho a una pareja delante de mí negociando con un guía independiente, el guía ofrecía que por 25 euros cada uno podían entrar en cinco minutos y él les iba a dar una visita guiada.  Puse atención porque ya estaba un poco agobiada y quizás no era tan mala idea.  La pareja no aceptó la invitación, entonces ni quisiera me lo planteé.  Pero eso hizo que observara más de cerca a estos chicos, sentía reconocerlos, pero no sabía de donde.  Repasé imágenes  y descubrí a la misma pareja a la cual “ayudé” a encontrar la Fontana de Trevi en mi primer día en Roma.

Así que les pregunté que tal había ido el camino a la Fontana de Trevi, nos reconocimos y celebramos la casualidad.  Empezamos a conversar y de pronto ya estábamos entrando a los museos, nada como unas risas y una conversación para alivianar el peso de una cola de aquellas dimensiones.
           
Hice el recorrido por los museos con esta pareja, venían de Madrid y llevaban los mismos días que yo en Roma.  Agradecí mucho la compañía, viajar sola es bonito, lo disfruto mucho, pero romper la rutina esa mañana estuvo bien.  Recorrimos juntos los salones de los museos, por dicha los tres teníamos como objetivo la “Capilla Sixtina”, porque ver todo es imposible, así que aceleramos el paso para llegar a la meta. 

Lento, sin prisas, recorriendo los pasillos de los Museos del Vaticano.
Para entrar a la Capilla hay que pasar por varias salas, en procesión, lentamente, al paso de la masa.  Una vez dentro, la masa, el tiempo y la respiración se detienen al compás de los “sssshhhhh”, “silencio”, “no fotos”, “no pictures” y “silence” provenientes de los guardas de seguridad.  Alcanzamos llegar al medio de la sala. Ahí, con la mirada fija en el techo permanecimos por lo menos media hora, a veces en silencio, a veces comentando lo que íbamos descubriendo. 

Ya casi entraba.
La Capilla Sixtina es muchas cosas al mismo tiempo, preguntas como cómo llegaron esos colores ahí, historias contadas a través de imágenes, pero no sólo las obvias que están ahí,  sino las guardadas por esas paredes al pasar de tanta gente todos los días, o qué secretos contiene un lugar en el que hasta hacía una semana no se podía acceder porque estaban ahí mismo seleccionando al siguiente Papa.
Uy...No pictures!!!
 Con un dolor en el cuello, alertando una posible tortícolis, pensamos que si hubiera buzón de sugerencias propondríamos crear una zona dentro de la Capilla en la que fuera permitido acostarse para admirar el techo, como si fuera un cielo estrellado, pero en este caso sería un cielo pintado por grandes maestros; sería un placer.

Después de la Capilla seguí mi camino hacia la Fontana de Trevi, pero antes, concertamos hora para cenar con mis nuevos amigos de Madrid.  Llovía mucho, como si el honor a las aguas de esta Fuente, incluyera el camino por recorrer del visitante.

Yo no sé qué tiene la Fontana de Trevi que me hipnotizó.  Seguía lloviendo, aun así, estaba ahí sentada viéndola y escuchándola, a mi lado decenas de personas en el mismo éxtasis.  Algo pasa con la luz y el agua y los colores de las estatuas,   esa mezcla es adictiva a la vista, es imposible querer irse o pestañear.  Gran monumento en honor al agua, grande como todo en Roma, pero con un atractivo particular que tienen esos lugares a los que una desea volver.

Tiré mi moneda de cincuenta colones, pensé que debía ser una moneda de mi país y no una de euros.  Dicen que si uno tira dos monedas se enamora de un romano y si tira tres se casa con ese romano…Esto me lo contaron después, así que aun no hay ni boda, ni romano.  Cuando vuelva ya veremos si funciona.
Mi moneda para volver.

Cuando logré levantarme de mi sitio, seguí caminando por el centro histórico, una vez ahí todo es muy fácil de encontrar, todo está señalado. Llegué de nuevo al Panteón, esta vez con tiempo para entrar y estar un rato.

La lluvia empezó a disminuir mientras caminaba hacia la Plaza Naboda, cuando llegué,  como por arte de magia la lluvia se fue y salió el sol de la verdadera primavera.  Los charcos multiplicaban las imágenes de Roma, sus edificios, calles y gentes, incluso los turistas que ya son parte de esta visión.
Camino a Naboda.

Una vez en la Plaza, aproveché el sol para merendar el emparedado que estaba en mi bolso.  Me quedé para ser testigo de cómo se repoblaba la Plaza al ritmo de los rayos del sol.  Los artistas volvían a pintar o mostrar sus productos a los visitantes, el ritmo retornaba a Roma, parecía como si estuviera amaneciendo.


Plaza Naboda, después de la lluvia.

Las calles siguientes me llevaron hasta el Campo de Fiori en donde apenas quedaban rastros del mercado de la mañana, algunos vendedores de flores y frutas terminaban de recoger a los pies de un vigilante Giordano Bruno.

Giordano Bruno en el Campo de Fiori.
Esa noche regrese al centro histórico para guardar en mi cabeza aquel lugar con otra luz y cenar con mis nuevos amigos de la fila de los museos del Vaticano.  Roma me tenía muy emocionada, había pasado muy pocas horas en esta ciudad, pero sentía que la conocía, el mapa ya no me hacía falta, me gustaba aventurarme por sus calles, perderme y encontrar alguna sorpresa a la vuelta de cada esquina.   Sin embargo, esa fue mi última noche, al día siguiente me embarqué a la siguiente ciudad italiana de mi itinerario: Florencia.

Más fotos:


Atasco en el metro, había una protesta.



En los museos del Vaticano.



La cabeza de Juan en los museos del Vaticano


El detalle de los pisos en los museos del Vaticano.

No son estatuas, son pinturas.





Bajo la lluvia en la Fontana de Trevi.

Todos posando para la foto.
Bajo la lluvia en la Fontana de Trevi.

Fontana de Trevi

El Panteón.

El soldado romano.

Caminando bajo la lluvia.



Artista en Naboda.

Plaza Naboda.

Plaza Naboda.



Noticias que denuncia a los políticos corruptos.  Pan de cada día en todo lado.

En alguna calle del centro histórico.

Venta de libros, discos y otras cosas usadas en Termini.

Alguna callecita.



Regresé antes de tomar el tren a Florencia.  La Fontana de Trevi con sol!
Soldados romanos posando en la Fontana de Trevi.

Fontana de Trevi.

Fontana de Trevi.


El mejor gelato en Gioliti.

El Panteón.

Mi parada de autobús.

Dentro del bus.


Ruinas en medio de la ciudad de Roma





Mandamiento número 11: ¡Nunca comer cerca del Vaticano!

Estancia en Roma: 24 al 27 de marzo.

Todas las guías lo dicen, quienes ya habían ido me lo advirtieron, pero yo pensé que no era para tanto: ¡No hay que comer cerca del Vaticano!  Aun así, me fui a desayunar ahí porque quería ahorrar tiempo.   Así que mi segundo día  en Roma, lo empecé con un croissant terrible, un café peor y una señora que se sentó en mi mesa a leer el periódico a pesar de que los camareros le insistían en que se fuera y yo intentaba hacer ver que no me importaba.  Todo eso por la módica suma de 10 euros.

Una vez terminado el episodio del desayuno caminé hasta la famosa Plaza de San Pedro.  Otra de esas imágenes que una tiene en la cabeza pero nunca por haber estado ahí.  De nuevo, me encontré con las masas de turistas haciendo fila, pues toca pasar por máquinas de seguridad,  como las del aeropuerto, te revisan las cosas y decomisan las sombrillas, ¡son armas peligrosísimas! No sé como hicieron los guías turísticos que utilizan las sombrillas para que los sigan, quizás por eso había tanto caos dentro de la Basílica.

Debo confesar que me colé en la fila.  Era como de doscientos metros y la verdad con la experiencia del día anterior en El Coliseo, donde todo el mundo me pasó por delante, decidí que alguna ventaja debía tener pasear sola.  Así que me acerqué, fingí que era parte del grupo que estaba de primero y muy pronto pasé a que me revisaran la mochila en búsqueda de alguna sombrilla peligrosa.

Hasta allá atrás terminaba la fila, aquí la empecé yo...
Recorrer la Basílica de San Pedro es recorrer un museo.  Una cantidad infinita de obras de arte.  Todo es muy grande, muy grande, exageradamente grande.  Y esa sensación me quedó en el corazón, no sé si tanta fastuosidad es necesaria en un templo.  No estoy en contra del arte, para nada, pero sentí que concentrada en un solo sitio, de aquella manera, es demasiado para el campo visual de una simple mortal como yo.

En fin, caminé por esos suelos llenos de figuras y mensajes, con techos brillantes sobre mi cabeza, con estatuas que me vigilaban intensamente en medio de un mar de personas que no querían perder ni un instante de esa visita.  Al final, no sé si en medio de tanta foto, los visitantes estuvieron o no estuvieron, era impresionante la cantidad de 'fotógrafos' en aquel lugar.
Cuántas personas tomando una foto o revisando la foto en su móvil en esta fotografía?

Me perdí por algunos pasillos encontrando más y más decorados, cuadros, historia.  En la pared con los nombres de todos los papas fallecidos, aun no estaba grabado el nombre de Ratzinger, no sé si es que a los que renuncian no los ponen, o quizás era muy pronto.

Subí a la Cúpula, lo más alto de la Basílica.  Este recorrido no es apto para quienes padecen de claustrofobia.  De verdad, yo creo no serlo, pero hubo partes intensas donde pensé que me ahogaba.  Tomé un elevador para evitar algunas escaleras,  pero aun así subí muchas,  pasé por partes muy estrechas en las que además compartí oxígeno con decenas de personas que también querían llegar a la cúspide.

Advertencia antes de subir a la Cúpula, no es broma que da susto.
Escaleras para ir a la Cúpula, empieza a estrecharse la cosa...hubo momentos peores.
La fila para subir se tardó un par de horas, fue un verdadero vía crucis.  Tuve tiempo suficiente para terminar la novela que llevaba en el bolso, ser testigo de disputas familiares, de pareja, de niños malcriados, de grupos de amigos escandalosos, en fin, todo lo imaginable e inimaginable para una fila de aquellas dimensiones.  Pero una vez arriba, con Roma a los pies, queda claro por qué hay que subir esas escaleras.

Premio por aguantar el camino hasta arriba de La Cúpula.
Una vez inhalada aquella visión de Roma, bajé y me alejé del Vaticano, me encontré con el Río Tíber.  Di una caminata a su lado y llegué a Trastevere.  El barrio más bonito en Roma, de ‘película italiana’.  Es más tranquilo que otros lugares, aunque no del todo, está lleno de cafés, restaurantes y tiendecitas con curiosidades.  Me perdí por las callecitas de piedra, por suerte encontré dónde almorzar a pesar de estar fuera del estricto horario de almuerzo italiano (de 12 a 3 p.m.).

El Río Tíber.

“Table just for one?”, me pregunta el mesero, “yes, just for one”.  Fue muy curioso utilizar tanto el inglés en Italia, en cuanto reconocían que no hablaba italiano, de una vez se dirigían a mí en inglés, en español sucedió escasas veces, lo cual agradezco la verdad, eso de pensar que porque se parecen tanto el italiano al español, da igual comunicarse aunque no se sepa bien alguno de los dos idiomas,  lleva a muchos malos entendidos.

Almorcé-cené unos deliciosos raviolis caseros de espinaca que me dieron la energía necesaria para seguir perdida por las calles de Trastevere.   Y así terminé mi segundo día, en un barrio en el que viviría, siguiendo los charquitos que habían quedado por la lluvia, buscando nada y todo al mismo tiempo, Trastevere es para eso.

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Más fotos:

San Pedro a la entrada.

La Basílica de San Pedro.



Vista desde una de las etapas para subir al Duomo.  Abajo el interior de la Basílica.

La seguridad siempre alerta.

Las paredes del Duomo al interior, las decoraciones son hechas con estos mosaicos.



Detenidos en escalones espirales, claustrofóbicos para llegar a la cima.



Llegué! Al fondo: Roma.

Algunos dejan sus recuerdos en la paredes.

El arte de los visitantes se mezcla con el de la Basílica.

Vigilante.

La cúpula de la Basílica.

La Pietà.  Me gusta mucho.


Trastevere.

Trastevere.

Trastevere.

Trastevere.

Trastevere.

Trastevere.





Oscureciendo en Trastevere.