martes, 19 de marzo de 2013

Montserrat

 
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 Estaba en lo más alto, el aire me llegaba directo a los pulmones, a mis pies el río Llobregat se dibujaba y rodeaba todo aquel pedazo de tierra mientras lo contemplaba.  En medio de los acantilados descubrí un diminuto punto amarillo: el carrito del teleférico que me transportó unas horas antes hasta la cima.  El mundo se me presentaba inmenso, pero al mismo tiempo era tan pequeñito que parecía lo podía tomar entre mis dedos.

Abajo a la derecha, el punto amarillo, es el carrito del teleférico por el que subimos.
En ese mirador aparte de la excepcional vista,  lo único instalado aparte de la baranda era una cruz que se imponía para desafiar e ir todavía más alto.  En la cruz habían mensajes de quienes estuvieron ahí, quizás para dejar constancia de su subida, a la cual agregaban dedicatoria y todo: ”Para el mejor tito del mundo”, “Cuñao nunca te olvidaremos”.

Éramos cinco ahí arriba a pesar de que la excursión la habíamos empezado siete.  Circunstancias tan particulares fueron las razones por las que fuimos menos en la cima, como las que nos llevaron a cinco desconocidos a compartir la sensación de aquel paisaje, pero una vez allí nos sentíamos como grandes amigos, quizás lo éramos, escalar una montaña de estas genera lazos se quiera o no.
Las montañas.

Mientras estaba allí arriba pensaba en esa necesidad del ser humano de explorar las alturas, pero no sólo explorarlas si no conquistarlas. Mientras discutíamos cómo habrán construido lo que hay en Montserrat, en lo complicado que pudo haber sido, pensé en Machu Pichu, mientras estuve en aquel lugar también me preguntaba cómo lo habían hecho, es que cuando se está tan arriba y lo difícil que es subir, es inevitable pensar y ¿cómo subieron con piedras y ladrillos si yo apenas pude conmigo misma?.

Montserrat tiene una historia de más de mil años.  De hecho es un santuario, en la cima, a la primera que se llega porque por subir se puede seguir subiendo, están los edificios que fueron ermita, monasterio, abadía.  Son construcciones y reliquias que sobrevivieron a la Guerra Civil.  Al día de hoy, aun se puede asistir a actos religiosos católicos, pero también hay un museo con  piezas de  grandes artistas.

Construcciones humanas y construcciones naturales, las piedras ahí arriba, por encima del edificio.


Al Museo no fui, había demasiado cielo que ver la verdad.  Además, subimos tarde y teníamos poco tiempo, así que escogimos caminar y subir un poquito más.  El viaje en teleférico desde debajo de aquella imponente montaña rocosa da un poco de nervios, por lo menos a mí.  Don Juan José, orgulloso encargado del carrito en el que subí, me tranquilizó con su sonrisa e historias sobre el lugar.  Al regreso fue maravilloso escuchar un ‘Hola, Catalina’ cuando me reconoció y preguntó sobre mi día en Montserrat.

También se puede subir por el ‘tren cremallera’ para aquellos que se impresionan con el teleférico, por la cara que tenía uno de nuestros miembros del grupo que lo hizo, no sé si es la mejor opción.  El carrito del teleférico para mí sí lo fue, vistas de casi 360 grados, tanto a la ida como a la vuelta.

Además, hay un tren en el que se puede ir todavía más alto.  Ese sí me dio mucha impresión porque sube prácticamente en vertical.  Me recordó el que sube al Santuario de Montserrate en Bogotá (este fue construido en dedicación a la Virgen de Negra de Montserrat, este del que estoy contando, por eso el mismo nombre), para ése sí cerré los ojos y  tuve que “entregarme”, ¡qué susto!  Pero según me contó don Juan José vale la pena subir, porque ahí arriba hay túneles y más naturaleza, eso quedó pendiente para mi próxima visita.

Una vez que el sol empezó a despedirse, nosotros decidimos que era el momento de dejar aquel mirador con su cruz y empezar el descenso.  De siete, quedábamos cinco, aunque hacía seis horas no nos conocíamos de nada, mientras regresábamos definitivamente habíamos generado un vínculo, conversábamos como si nos conociéramos de siempre.  Ver el mundo desde una cima como la de Montserrat es magia, lo transporta a uno a un estado de ‘sonrisa eterna’, ahora entiendo esa obsesión del ser humano de buscar las alturas.

En el tren camino a la estacion del Teleferico

En la estacion.

El carrito en el que subimos y luego bajamos.

Empieza el ascenso.

Primeras vistas. Todo se hace pequeño.

Al frente la montaña.

Llegue!

A subir mas, ahora a pie.




A esa cruz que se ve a lo lejos caminamos.

La iglesia.



Llegando a la cruz.


Dentro de la iglesia.  Al centro y arriba la imagen de la Virgen Negra. Algunos visitantes observandola.

Desde la cruz.

Mensaje de quien alcanzo la cima.

La cruz.

El mundo en pequeñito.

Llegamos!!!

Mensaje para el Tito.


El Rio Llobregat, el pedacito que brilla.



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